Editorial

No somos el trastero de la marca #BCN

Editorial | Martes 23 de junio de 2015
Las riberas del río Llobregat han sido históricamente una frontera de dos mundos que, pese a convivir yuxtapuestos, han mantenido sus opuestas idiosincrasias.

Uno, cospomolita, infinito, vanguardista; otro, trabajador, luchador y de espíritu local haya la población que haya. Ni siquiera la compleja red de infraestructuras entrelazadas ha sido capaz, afortunadamente, de desnaturalizar ni a la gran Barcelona, ni a nuestro territorio, el Baix Llobregat, siempre extrarradio y metropolitano. El problema radica en la falta de complementación que ambos mundos tienen el uno del otro.

Parte de culpa viene de dentro de nuestro territorio. Las grandes ciudades colindantes con Barcelona luchan por ser casi parte de ella en lugar de mantenerse como una gran ventana metropolitana de la gran capital. Barcelona, en cambio, nos sigue viendo como la puerta de atrás, como el trastero y, ahora, como el basurero de sus caprichos. El auge, desmedido, de los cruceros de lujo al Puerto de Barcelona plantea un nuevo debate medioambiental provocado por los altos niveles de partículas contaminantes que los grandes navíos expulsan a la atmosfera mientras están atracados enfrente del cementerio de Montjuïc.

Este factor se suma a la generosa polución por la alta densidad de población de la zona metropolitana, al excesivo uso del vehículo privado, a la industria que nos define, así como a infraestructuras como el Aeropuerto de Barcelona-El Prat. Un frente más en una de las zonas con más partículas contaminantes en suspensión de toda Europa.

La sostenibilidad debe ser una cuestión transversal a cualquier actividad o actitud, sea cual sea. Por tanto, si a lo largo de las últimas décadas se han ido introduciendo mejoras en diferentes sectores -de manera lenta- el mundo de los cruceros no puede escapar ante tal necesidad global. Atrayendo el foco a lo local, Barcelona se queda todo el beneficio de este negocio a costa de los pulmones de toda la zona metropolitana. ¡Con lo fácil que sería redistribuir, por ejemplo, la tasa turística al resto de los territorios! No obstante, la ciudad condal se comporta -valga la paradoja, ya que pone nombre al nuevo ente- menos metropolitana que ninguno del resto de los territorios que ya hemos interiorizado la necesidad de esta fuerte administración.

Nos encontramos en un punto curioso, entonces, en el que toda la industria lucha por reducir sus niveles de polución; la movilidad introduce paulativamente el vehículo eléctrico y fomenta el uso de la bicicleta en los territorios metropolitanos; el Aeropuerto sigue mejorando a nivel de contaminación acústica; y, en general, la ciudadanía es más consciente de la necesidad de esta sostenibilidad transversal que reclamamos. Y, de repente, un nuevo sector echa al traste toda la labor a medio y largo plazo ensuciando, aún más si cabe, el cielo metropolitano mientras Barcelona se embolsa los beneficios turísticos evidentes. Un lujo demasiado caro para el Baix Llobregat i L’Hospitalet, puertas y ventanas de la gran capital, no trasteros de la marca #BCN. III