Eva Jiménez Gómez | Miércoles 22 de julio de 2015
Me voy de vacaciones, así no quiero oír ni hablar de economía ni de política: quiero desconectar. Igual me equivoco, pero creo que la mayoría de los ciudadanos afrontan las vacaciones de verano con este pensamiento, más o menos consciente. Y yo tengo mis dudas sobre si esta actitud es la más adecuada.
Las principales preocupaciones de los españoles son, por este orden, el paro, la corrupción, los problemas económicos y la política, según el barómetro de junio del Centro de Investigaciones Sociológicas. Por tanto, comprendo que uno esté harto de escuchar y, sobre todo, sufrir en carne propia los desaguisados ajenos.
Y, sin embargo, ¿deberíamos olvidarnos absolutamente de todo, aislarnos en una burbuja y ascender, ascender y ascender hasta caer en picado el último día del verano? Yo creo que no. Principalmente, porque, por mucho que uno quiera aislarse del mundo, el mundo no va a detenerse por nosotros. Por mucho que uno no quiera verla, la realidad es la que es y, antes o después, nos encuentra.
Igual no queremos pensar en la economía porque tenemos un trabajo estable y no tenemos que preocuparnos por nuestra silla cuando regresemos, pero las estadísticas revelan que mucha gente sobrevive con contratos precarios, mucha inestabilidad y mucha incertidumbre. Y la inestabilidad desmotiva, y la desmotivación disminuye la calidad y la productividad. Tal vez por eso somos un país poco competitivo y muy dependiente de las subvenciones, quizá por eso sólo podemos competir con el resto del mundo con salarios bajos y no con proyectos innovadores y globales. El caso de Grecia podría ser el espejo en el que podríamos aprender a prevenir muchos fracasos.
Igual no queremos pensar en la política, pero la maquinaria electoral que se puso en marcha para las elecciones de mayo no ha parado y es probable que no pare durante el verano, con las elecciones generales y autonómicas, en Catalunya, a corto plazo. No hay que ser muy inteligente para darse cuenta de que estamos ante un momento decisivo de nuestra historia, ante la posibilidad de que gobiernen partidos desconocidos y de que Catalunya se desvincule de España. No estaría de más plantearse seriamente en qué tipo de sociedad queremos vivir y quién responde mejor a nuestros valores: bienestar o justicia, mantenimiento del sistema o regeneración, federalismo o separatismo, etc. Y ser conscientes de que tomar una decisión comporta renunciar a las ventajas que posee la opción u opciones contrarias.
No vivimos en un mundo perfecto, ni siquiera en vacaciones, pero creer que los desafíos a los que nos enfrentamos (y hoy no quiero hablar del Estado Islámico ni de la indiferencia con la que asistimos a la tragedia del continente africano) se solucionarán por el mero paso del tiempo constituye una ingenuidad y una ceguera mayúsculas. Al menos seamos conscientes de ello y no nos quejemos cuando otros, que viven mejor que nosotros, se limiten a evadirse del mundo como lo hacemos nosotros en verano. III