Juan C Valero

El barrio de Bellvitge cumple 50 años y está mejor que nunca

Joan Carles Valero | Miércoles 16 de septiembre de 2015
Bellvitge es feo por fuera pero la mayoría de sus vecinos están enamorados de su barrio. No en vano, es el más cohesionado de L’Hospitalet, gracias a la vitalidad de sus entidades, sus amplios espacios públicos y porque segundas y terceras generaciones de las familias que hace 50 años fueron sus primeros pobladores, siguen orgullosos viviendo en su ciudad vertical, ahora convertida en un nuevo eje de centralidad barcelonés.

Cincuenta años de historia no caben en estas líneas. Pero la efeméride de Bellvitge brinda la ocasión de repensar el urbanismo, la dicotomía entre ciudad difusa-compacta y cómo la voluntad de las personas logra mejorar sus vidas. Bellvitge, 50 años después de que llegaran sus primeros moradores, es el barrio mejor cohesionado de L’Hospitalet. Todo lo contrario que ha ocurrido en otros, donde muchos jóvenes han “huido” en busca de mejores condiciones de vida. Los amplios espacios libres y los equipamientos, que tardaron en llegar pero de los que ahora gozan sus vecinos, contribuyen en positivo a la querencia de sus habitantes, que se sienten mucho más a gusto en unas viviendas sin patios de vecinos y bien ventiladas, que no en los abigarrados pisos de otros distritos muchos más densos.

Los que viven en Bellvitge sienten orgullo de barrio y sus características vienen a confirmar las teorías urbanísticas de Le Corbusier, que fue uno de los ideólogos de este tipo de construcción. Unas ideas del siglo pasado que muchos arquitectos defienden en la actualidad para la configuración de un tipo de ciudad donde predominen los espacios libres gracias a dar altura a los edificios. Aunque no supieran pronunciar el nombre de su nuevo barrio, la señora Petronila y su hija Bernarda se fueron a vivir a Bellvitge hace 50 años. Habían llegado del sur de España y estaban realquiladas en casa de mis padres. Recuerdo que un sábado fuimos todos a visitar el piso muestra del que la prensa franquista anunciaba como el mayor polígono de Europa. Era muy niño y creo que por eso me impresionó la altura de los edificios. Había algunas masías y la gente compraba verduras a los agricultores. Tuvimos que pisar mucho barro. No en vano, el mar cubría Bellvitge hasta el siglo IX. La ermita es de ese periodo. Gracias al Canal de la Infanta, aquellos terrenos pantanosos se convirtieron en la fértil huerta de Barcelona. Ahora solo queda Can Trabal, junto al Llobregat, como la única zona agrícola de L’Hospitalet. Merece la pena conservarla.

De la utopía de Le Corbusier…
En 1932, un grupo de arquitectos de la república elaboró el plan Macià, que ya preveía que la Granvía fuera uno de los ejes de la ciudad. El urbanista Le Corbusier colaboró en ese plan. Aquel arquitecto de fama mundial planteaba lo que se denominaba la ciudad utópica, con un eje central de oficinas y centros direccionales y que los vehículos fueran por un lado y no perturbaran el libre deambular de los peatones. Inmobiliaria Ciudad Condal compró en los años 60 algunos terrenos y promovió la construcción de viviendas de renta limitada. Las 7.000 previstas en el plan de la república, con unas superficies de unos 100 metros cuadrados, se recortan exactamente a la mitad y se dobló el número de pisos hasta 14.000.

…a la dura realidad especulativa
La utopía de Le Corbusier se torna realidad especulativa y el barrio duplica su densidad, aunque manteniendo la edificabilidad. La inmobiliaria Ciudad Condal hizo su primer ensayo de lo que tenía que ser Bellvitge levantando en el barrio de Sant Josep los bloques del mismo nombre. El proyecto iba firmado por el arquitecto Xavier Busquets, de Aiscondel. Las miles de personas que como Petronila y Bernarda llegaron a L’Hospitalet en aquella época, encontraron trabajo en muchas empresas de la Zona Franca, en Seat, Pegaso y Motor Ibérica. La mayoría se fueron a vivir a Bellvitge porque los precios de los pisos eran asequibles. En diez años, en el barrio ya vivían 35.000 almas.

Bellvitge se construyó en un santiamén, gracias a la innovadora tecnología del prefabricado, puesto que con los muros convencionales de ladrillo no se podía construir más de seis plantas. Con este sistema nació la ciudad vertical y la elevación permitió mayor amplitud entre edificios. La arquitecta Sandra Bertrater, profesora de la UIC y vecina del barrio, asegura que 50 años después, los bloques “no tienen ni una sola fisura y estructuralmente están perfectos”, gracias al buen trabajo que desarrolló en los prefabricados el equipo liderado por el ingeniero Salvador Domínguez y Pere Pardina.

Al contrario que los edificios, que se levantaban de la noche a la mañana, los equipamientos y servicios tardaron en llegar a Bellvitge. La movilización vecinal impidió en los años 70 que se construyeran más bloques entre la fase norte y sur, lo que posibilitó que el inmenso espacio central se convirtiera en público. Los promotores sufrieron el complejo de Penélope, porque de noche, los vecinos deshacían lo que se construía de día. Lograron parar 37 edificios y evitar un total de 3.320 viviendas, lo que hubiera supuesto 8.000 habitantes más.

La ciudad vertical
Bellvitge nunca ha sido una ciudad dormitorio, porque en los denominados altillos, pequeños edificios entre torres, existen nada menos que 1.140 unidades productivas (comercios, oficinas, servicios, equipamientos, etcétera), lo que posibilita que en este barrio se viva y se trabaje. En 1974 se paralizó la concesión de licencias. El último edificio se hizo en 1978 y hasta 1983 no se resuelve el juicio que permite asumir que ya no se construirá más.

Con el litigio resuelto, el ayuntamiento encarga a la UPC un estudio al equipo liderado por Ribas Piera para abordar la urbanización del barrio. Entre tanto, los vecinos plantaban árboles y reivindicaban transporte público. Ahora llega Renfe, Metro y una flota de autobuses. El hospital de Bellvitge se convierte en un referente que brinda a diario buenas noticias sobre los avances de la medicina y también el barrio es elegido sede de las competiciones de béisbol en los Juegos de 1992.

En Bellvigte se han pulverizado muchos estereotipos gracias al trabajo de sus gentes y la complicidad de los distintos ayuntamientos, comenzando por el primero democrático que encabezó en 1979 un vecino de ese barrio: Juan Ignacio Pujana. Bellvitge nació de la utopía, creció entre luchas y en las últimas décadas se han aplicado soluciones de primera línea en Europa. Pero sus vecinos no paran. Roque Fernandez, uno de sus líderes, subraya que la lucha continua, ahora en defensa de la sanidad pública. Hace tres años, se cerró un ambulatorio y los vecinos estuvieron siete meses de encierro y manifestaciones. Recomiendo visitar la exposición sobre los 50 años de este barrio fruto de la pasión. III