Con todo lo que llevo leído, escuchado y visto estos días sobre la crisis de los refugiados, debo confesar que cada vez tengo más interrogantes que certezas. Hay demasiadas cosas que no entiendo o es que realmente estamos en una era de cambio que solo se manifestará abiertamente cuando vayan cayendo resultados en las elecciones que se van a ir produciendo en las semanas, meses y años próximos, aquí, y en el resto de Europa. Si hemos de hacer caso de las encuestas, el panorama se mueve modestamente, por lo que o las encuestas andan perdidas o el mundo se está volviendo medianamente loco.
De ningún otro modo se entendería que las ciudades y los pueblos de Europa, es decir, las gentes sencillas, se estén volcando como lo hacen desde que han descubierto que los que sufren en las barcazas, en las fronteras, en las estaciones, en los campamentos improvisados, son personas que tiene sueños y esperanzas, hijos y madres, un pasado y un presente y a los que no se puede negar un futuro. Gente que llora, ríe, abraza, goza y sufre como cualquiera de nosotros. Gente con la piel más o menos blanca, con el cabello más o menos moreno, pero sobre todo gente que huye con lo único que le importa a cuestas: la familia y unos gramos, todavía, de confianza en sus semejantes.
El impacto de una imagen
Lo han descubierto ahora, casi de improviso, con el asesinato de un niño en el desamparo de una playa desierta, después de miles de ahogados en el Mediterráneo y de docenas de años de huida del continente africano y del castigado oriente, hacia nuestras cómodas sociedades del malestar. Y si no lo han descubierto ahora, que en justicia hay que decir que muchos ya lo veían y clamaban en el desierto contra la barbarie organizada de la Unión Europea, ahora por lo menos se han decidido a organizar un clamor de recibimiento que tiene en los municipios su semilla más fecunda. Baste el ejemplo de los municipios del Baix Llobregat dispuestos a alojar a los refugiados que correspondan.
Se me dirá, con razón, que esto de ahora es distinto. Que los que atraviesan Europa con el miedo en la mirada son refugiados, no emigrantes. El matiz es importante pero la médula del problema es la misma. Se trata de gente pobre que huye de sus lugares de origen donde, por las causas que sean, es imposible vivir. Esto no es de ahora. Es de hace décadas. Antes venían en pateras y eran negros y ahora tendrán que organizar transatlánticos y son musulmanes, pero el mal es el mismo y los perdedores no se han movido de bando. Y sin embargo, lo que si parece haberse movido algo es la respuesta social. Mejor dicho, la respuesta social se está haciendo masiva e influyente, porque como digo, siempre ha habido en el bando de los perdedores gente de aquí con buenas dosis de piedad social.
Los gobiernos de Occidente también son culpable
Los gobiernos de la UE, esa troika indecente que ha arrebatado de cuajo, hace cuatro días, la soberanía a los griegos y que mantiene la nuestra en un puño, los jerarcas del BCE al servicio del capital internacional, la Otan y su Obama de juguete, todos ellos parecen ir a remolque de la marea solidaria. Incluso la implacable Merkel ha tenido que aceptar la realidad: vienen aquí porque aquí se puede vivir y porque los de aquí han hecho imposible que se pueda vivir en el lugar de donde vienen. Eso no lo reconocen en público pero ya se empiezan a lamentar en privado. Y es que no se puede gobernar, legislar y actuar siempre a favor de los depredadores del petróleo y en contra de quienes necesitan soberanía económica y política en el tercer mundo. Ojalá que la marea solidaria europea responda a una toma de consciencia y no sea una moda, algo que arrasa literal e irreflexivamente, como el independentismo entre nosotros.
El peor gobierno y el peor presidente que hemos tenido en España desde que murió Franco, también se acaban de despertar. Después de enseñarle al gobierno húngaro de su mismo color, para que sirven las concertinas, está dispuesto ahora a recibir con los brazos entreabiertos a 15.000 refugiados, pero no sabe todavía cómo resolver la ignominia de los CIES, donde por cierto, cualquier día de estos, se va a producir una revolución y quizás una carnicería. Trabajo para el PSOE que, si las encuestas reflejan la realidad más que los deseos, sucederá al PP algo después de Navidad, aunque sea con ayudas —aunque sea con la ayuda del propio PP.
Curioso que el PSC comarcal se haya sumado a la marea solidaria con los refugiados. Son los ayuntamientos del mismo color que, hasta ahora, ha repudiado a los manteros, no se ha movilizado contra los CIE y ha puesto más trabas que facilidades a la normalización del empadronamiento municipal o a las políticas de reagrupamiento familiar. Aún así, bienvenidos a la piedad y a la justicia.
Puede ser que algo esté cambiando. Puede ser que se tolere menos la inacción o la retórica. Puede ser que la gente empiece a descubrir que haber votado a la Colau o a la Carmena —de los ayuntamientos que dirigen surgieron las primeras reacciones de la marea solidaria con los refugiados— incluye un plus de cambio en las percepciones y en las consciencias. Y que si reciben tanta crítica salvaje, tanta animadversión precipitada, quizás sea porque saben donde está la herida y cómo meter el dedo. III