Ya casi se ha dicho todo de las elecciones del 27-S. Que las elecciones terminaron siendo más plebiscitarias que otra cosa; que el país se ha dividido casi al 50%; que movilizaron a mucho personal ajeno tradicionalmente a estas urnas autonómicas; que Ciudadanos ha dado una sorpresa por encima de lo esperado; que el PP se ha derrumbado; que el PSC ha resistido; que los democristianos de Unió no han conseguido animar ni a los más conservadores de su antigua coalición; que la CUP anda con el viento de cola; que Junts pel Si ha conseguido arrasar en casi todas partes y que la coalición de Podemos se ha pegado una castaña monumental. Todo es cierto con el mapa catalán sobre la mesa. Pero hay muchos matices si nos acercamos al territorio y este territorio nuestro es muy goloso como para no marcar diferencias de sabor.
Pasó lo previsible, pero no todo lo previsible
Fijémonos, por ejemplo, en la participación. Se venía diciendo que las cifras de los independentistas eran prácticamente inamovibles desde el 2012, conociendo los resultados que consiguieron CiU, ERC i Solidaritat per la Independència en las autonómicas de ese año, las de quienes se movilizaron en todos los 11-S desde entonces y los que participaron con el Si-Si en la consulta del 9-N: alrededor de 1.800.000. Sobre un censo electoral de 5.500.000 habitantes, todo lo que sobrepasara de ese 1.800.000 tenía que ser, más o menos, voto no independentista. O sea, si crecía la participación, el plebiscito lo perdían los independentistas y si crecía mucho, acercándose a lo que pasó en 1977 o cuando venció Felipe González, los independentistas perderían incluso la mayoría absoluta de escaños.
Pues bien, creció la participación y pasó lo previsible, pero no todo lo previsible. Porque lo previsible era que movilizado como estaba el voto independentista, los no independentistas se volcarían en las urnas y tan solo ese 15% de abstención técnica que se considera más o menos estructural, dejaría la participación muy cerca del 85%. La participación creció, mucho, pero no tanto como se podía prever en lugares donde todavía hay más voto no independentista que independentista. Cifras concretas: en L’Hospitalet, por ejemplo, fueron a votar tan solo 4.761 personas más que en diciembre del 2012. Y en todo el Baix Llobregat casi 60.000 personas más. O sea que creció mucho la participación pero creció de una manera bastante uniforme. De hecho, se movilizaron los no independentistas, pero también los independentistas consiguieron movilizar a su favor a otros 150.000 catalanes que no estaban registrados en sus filas: así llegaron al 1.950.000 (48%).
Con todo, si en Catalunya el plebiscito deja un 48-52, aquí en el Baix Llobregat i L’Hospitalet la balanza es menos equilibrada: 35-64. Aquí el no independentismo sigue pujante. No en balde, en el Baix Llobregat, Junts pel Si obtuvo el peor resultado de toda Catalunya tres la Vall d’Aran, y la CUP el tercer peor resultado pese a conseguir, respectivamente, un 26,1% y un 6.4% de los votos. Si comparamos con el 2012, entre CiU, ERC y SI sacaron unos 5.000 votos más que ahora Junts pel Si, mientras que la CUP ahora ha sacado unos 20.000 votos más que entonces. No es posible hacer una lectura derecha-izquierda porque el carácter plebiscitario lo ha trastocado todo, pero si hacemos caso de la pura aritmética, en el 2012 los votos de derecha sumaron 162.000 y ahora han sumado 215.000 pero los de izquierda que fueron 201.000 ahora se elevan a 228.000, con lo que esa imagen anaranjada del antiguo cinturón rojo quedaría en este sentido mucho más matizada. Es verdad que Ciutadans ha pasado de 54.000 votos en el 2012 (BLL-L’H) a 136.000 ahora, pero también es cierto que la suma de Catalunya si que es pot y la CUP, antes y ahora, han pasado de 78.500 votos a más de 112.000, que superan de largo a Ciutadans si les añadimos los votos del PSC, por encima de 110.000 en estas elecciones (prácticamente los mismos votos que en el 2012: 106.800).
La debacle viene de la mano claramente del PP que en estos tres años ha perdido en la comarca i L’Hospitalet unos 22.000 votos. Pero también de la coalición de Podemos, Catalunya si que es pot, que ha roto las expectativas creadas, quizás porque, como se ha dicho, mantuvo una ambigüedad hasta el último día en el eje nacional que les ha perjudicado notablemente. Esta candidatura ganó en la comarca i L’Hospitalet unos 10.000 votos en relación al resultado de ICV-EUiA del 2012. Una miseria si se tiene en cuenta el potencial atractivo de Podemos, sobre todo en las zonas metropolitanas. La explicación está, sin duda, en la poca claridad sobre el independentismo pero también en el hálito de frustración que provocó la reacción de Tsipras tras el referéndum griego y en la poca perspicacia de Pablo Iglesias que volvió a acompañarle en la reciente campaña cuando se podría haber quedado en casa perfectamente, cosa que le hubieran agradecido bastantes. Iglesias dijo que Tsipras es su amigo y que era un deber de amistad acompañarle en la campaña. Podría haberlo invitado a cenar en lugar de poner de manifiesto que apenas importa que el pueblo pida una cosa y se haga lo contrario.
Victoria cualitativa en una Cataluña con lo social en la cuneta
En fin, que el independentismo ha ganado también en el Baix Llobregat, si no en su aspecto cuantitativo si al menos cualitativamente, porque ha paralizado muchas voluntades contrarias: las de todos aquellos que han seguido en sus casas pese a lo que todos nos jugamos. Y porque ese eje nacional sigue dejando en la cuneta a la Catalunya social que sufre los peores momentos de su historia reciente. Con decir que Catalunya si que es pot —no nos olvidemos, el Podemos catalán— ha conseguido en el Baix Llobregat su mayor registro de toda Catalunya está dicho todo: 10.000 escuálidos votos más, un 12,9%. del total.
Por otro lado, la comarca sigue siendo la despensa del PSC y Ciudadanos apenas le arrebata parroquia, porque si bien pierde en porcentaje sigue ganando en votos. También “Iceta la peta” se hizo aquí, y eso debe dar un cierto pedigrí interesante. III