Evidentemente, cada opción ha de ser valorada por el votante con libertad y responsabilidad; yo sólo quiero introducir dos variables que creo deberían ser tenidas en cuenta:
1º.- El voto a un programa y una concepción de la sociedad. Los programas de los partidos políticos no son bien conocidos; mayoritariamente, nos dejamos influir por el “carisma” de su líder o por la campaña mediática que le acompaña. Detrás de los personalismos hay proyectos que deben ser comunicados sin dobleces hipócritas y silencios tácticos. La democracia se mide por la libertad del electorado, previa información de los diferentes “colores” ideológicos, para apoyarlos o no. ¿A qué votamos? ¿A quién votamos? ¿Qué contenidos programáticos conocemos? Parece que gana terreno la concepción electoral del “eslogan”, es decir, la fabricación de frases elaboradas por expertos en comunicación que llamen la atención del oyente. Frases vacías de contenido pero que se vende con un atractivo envoltorio. Me da la sensación de que las campañas electorales se gestan, cada vez más, en laboratorios, donde las palabras, las promesas, la sonrisita, el gesto, el volumen o tono de voz, el decorado, la puesta en escena,… ganan terreno. Una vez alcanzado el poder… ya veremos.
2º.- El voto a una propuesta realista que puede transformar la sociedad con hechos y no con “palabras” o discursos prefabricados. El contenido de los programas electorales ha dejado paso a una suma de “promesas” agradables al oído, de apetitoso gusto y olor, pero alejadas de una realidad tozuda que nos marca unas obligaciones y responsabilidades a nivel europeo. Todos los partidos creen poseer la “poción mágica” para edificar “el paraíso” en la tierra. Pretenden atraer los votos con discursos “maquillados” de una seguridad y certeza que garantizan la solución de todos los problemas de la sociedad, olvidándose, voluntariamente o no, que las desigualdades e injusticias, las crisis, los conflictos de toda índole… no sólo son heridas subsanables con cifras y letras, sino que hay graves carencias morales y culturales. ¿Qué hay detrás de un político? Una persona heredera de una educación y cultura predominante. No pretendamos creer que los políticos son ajenos a las virtudes y defectos de esta sociedad que hemos construido. No nos creamos, sólo las palabras, sino los hechos que las acompañan; no nos creamos la fachada del personaje, sino la realidad que visibiliza. Por ejemplo: la violencia dialéctica de los políticos, en mi opinión, son un grave déficit de credibilidad, porque esconden con ello, complejos y miedos que les incapacitan.
Votemos con libertad, votemos con responsabilidad, votemos en conciencia, votemos con sentido crítico, votemos desde la reflexión y responsabilidad, en fin, votemos pensando el “el Bien Común” por encima del bien particular y egoísta. La democracia sin ser perfecta, es un buen instrumento para construir una convivencia pacífica, respetuosa y más justa, sin autoengaños infantiles. III