Baix Llobregat

“Creer es una decisión tan racionalmente fundamentada como la de no creer”

Joan Carles Valero | Jueves 07 de julio de 2016
El libro es un reconocimiento de que uno de nuestros principales anhelos sigue siendo el afán de trascendencia: sentir que somos algo más grande que un simple animal mortal. “La ciencia y el desarrollo tecnológico no solo no tienen todas las respuestas, sino que pueden llevarnos a una visión restrictiva y pobre de la realidad”

En esta época de tribulaciones presidida por un racionalismo simplista y ramplón sometido a la técnica, que es la nueva religión imperante, lejos de que la pregunta sobre la existencia de Dios huela a naftalina, lo que está detrás de esa cuestión es algo tan intrínsecamente humano y radicalmente existencial como la interrogación sobre el sentido de la vida. El doctor en filosofía Antonio Fornés, siguiendo el consejo del filósofo ateo Kant “atrévete a pensar”, no duda en confesarse creyente y cristiano desde el título de su tercer libro “Creo. Aunque sea absurdo, o quizá por eso” (Diëresis), una obra trufada de relatos de filósofos, en su mayoría ateos, en la que sostiene que creer es una decisión tan fundamentada racionalmente como la de no creer, hoy tan en boga.

Aunque en occidente se ha producido un abandono total y una estigmatización de la cuestión de Dios, la pregunta sigue sin resolverse. Por eso el asunto de la existencia de Dios no pertenece a la categoría de lo antiguo. No en vano, uno de los principales anhelos de los seres humanos sigue siendo el afán de trascendencia, la necesidad de proyectarnos hacia el infinito, de sentir que somos algo más grande que un simple animal mortal. Con todo, lo que abunda en nuestros días no es un ateísmo verdadero, porque a juicio de Fornés, “ser ateo de verdad es muy difícil porque supone ser consecuente”. Lo que existe es un seguimiento de las religiones actuales: el fútbol, la música, el nacionalismo y la tecnología que nos librará de todo, incluso de morir. Es la fe de la tecnología.

De las preguntas a reiniciarse
Fornés dedicó su primer libro “Las preguntas son respuestas” a una puesta al día de la mayéutica socrática. En “Reiníciate” (Diëresis), un libro que lleva tres ediciones y más de 3.000 ejemplares vendidos, el autor plantea la necesidad de resetear nuestras vidas para volver a comenzar, al igual que hacemos con los ordenadores cuando colapsan. En la misma línea motivadora, los mensajes claros, contundentes y eruditamente ilustrados por más filósofos ateos que creyentes, Fornés ha vuelto a escribir un libro corto pero intenso, conquistando un lugar en el mundo de la literatura del crecimiento personal. La búsqueda de Dios, escribe ahora en “Creo”, forma parte de nuestro deseo de infinitud, “que nace del corazón y no queda colmado por las expectativas racionales que nos condenan a una vida gris, carente de poesía y grandeza”. Porque para Fornés, “no podemos dejar de buscar el significado de nuestra existencia”, ya que, de lo contrario, “estaríamos renunciando a nuestra identidad como personas”.

Fornés se dirige en su libro a creyentes y no creyentes, hablando de Dios sin tapujos y partiendo del presupuesto de que la determinación última sobre creer o no creer no puede basarse en un argumento racional. El autor confiesa que en el inicio de su amplio periplo universitario quiso especializarse en herejías medievales, de modo que, además de cursar Historia, se matriculó en teología. Acabó licenciándose en Humanidades y en Filosofía, materia en la que el año pasado obtuvo el grado de doctor con una tesis sobre el pensador francés Joseph de Maistre. Pero Fornés también se graduó en Ciencias Religiosas. Y de aquellas clases recuerda cómo el profesor de la asignatura de Ateismo, argumentaba a los incautos y creyentes alumnos que es imposible demostrar de forma racionalmente incontestable la existencia de Dios. Un extremo que todo creyente debe aceptar. “Pero que la existencia de Dios no pueda probarse sólo significa eso, pero en ningún caso que no exista”, sostiene.

La creencia atea
En ausencia de prueba racional o científica que fundamente definitivamente una opción, también los ateos, quieran admitirlo o no, se sustentan en una creencia igual de legítima como el que cree la existencia de Dios, de forma que el ateo convencido y militante no es más que un auténtico creyente, con la única diferencia de que su fe se dirige en la dirección opuesta a la del religioso, pero sin dejar de ser fe, ya que cree algo para lo que no hay evidencia empírica ni argumentación racional definitiva.

Aunque la existencia de Dios se antoje un trasunto meramente poético, lamentablemente hemos cambiado la fe y el amor por el saber y el tener, como concluye el poeta alemán Novalis. En opinión de Fornés, “nos obstinamos por empequeñecer lo sublime, en eliminar lo intangible, en encerrar entre los gruesos y oxidados barrotes de lo banal a nuestra vida y, con ello, a nuestra visión del mundo, aparentemente más amplia, pero al mismo tiempo cada vez más miope”. Jaume Ymart, decano de la Facultad de Filosofía de la Universidad Ramón Llull, ha recordado en la presentación del libro de Fornés el comentario que realizó el pintor de iglesias Josep María Nuet al escuchar a un religioso decir que el padre eterno que acababa de pintar le parecía desproporcionado, a lo que Nuet respondió: “Sí, a mí también me parece demasiado pequeño”.

Pensar en el whatsaap
Fornés repasa las vicisitudes de los filisteos, aquellos que anteponen la utilidad por encima de todo, gente prosaicamente práctica, carente de auténtica fantasía, para quienes pensar es cambiar la frasecita de su perfil del whatsaap. Frente a ellos, los ruiseñores ansían la belleza, los sentimientos, el goce de una existencia abiertamente por encima de la mera utilidad y consideran la existencia un misterio que desean resolver y al mismo tiempo les causa admiración. Para el autor de Creo, los filisteos son mayoría en nuestra civilización y han acabado con la poesía y también por el sentimiento religioso, sustituidas ambas por la banalidad y la superstición mucho mayor, al caer en el oscurantismo mucho mayor de que la tecnología y la economía conseguirán mejorar nuestra vida, dotarla de algún tipo de sentido o hacerla más plena y feliz.

Las demostraciones racionales sobre la existencia de Dios podrían agruparse en cuatro argumentos: el cosmológico, Dios como primera causa de todo; el teológico, Dios como creador y ordenador de todo; el ontológico, que parte del concepto de Dios, tan perfecto y necesario que no puede no existir, y el argumento moral: Dios como condición de posibilidad del bien supremo. Pero Fornés en su libro huye de la erudición para llevar al lector a los límites de la razón hasta demostrar que creer se reduce a una cuestión de voluntad. El creyente apuesta por la fe, por la voluntad de creer, pero el ateo también, ya que al no poder demostrar la inexistencia de Dios, hace otra apuesta de fe por no creer. Es igualmente racional y legítimo creer que no creer. “Y se engañan quienes desde la presunta modernidad dicen lo contrario”, sentencia.

Jibarización de Dios
Feuerbach, el filósofo que más influyó en el ateísmo contemporáneo, parte de la teoría de que la idea de Dios es en realidad una proyección que hace el hombre de sus mejores características, algo así como el reflejo perfecto y elevado a la enésima potencia de la esencia humana. Visto así, Dios es poco más que un fenómeno psicológico del hombre, que convierte a la divinidad en lo que él querría llegar a ser. Una especie de refugio mental, un personaje de ficción al que dotamos con todas las características que quisiéramos que tuviera un padre perfecto. Eso es cierto en infinidad de ocasiones, pero Fonrés señala que Feuerbach no repara en que la jibarización de Dios por pate del hombre no dice realmente nada de Dios mismo, ni de su existencia o inexistencia, sino que simplemente habla de la debilidad del ser humano, de nuestros miedos, de nuestra soledad y de nuestra continua ansia y necesidad de protección. De que queramos que Dios exista no se deduce su existencia, pero tampoco se deduce, y esto es lo fundamental y radicalmente importante, que no exista.

El gesto cristiano de Nietzsche
¿De verdad somos una pasión inútil, como escribió el filósofo ateo Sartre? Camus subraya que el sentido de la vida es la gran cuestión, probablemente la única, mientras el poeta Novalis señala que “el camino misterioso va hacia adentro”, O por el contrario ¿hemos vendido al diablo del progreso nuestra alma, como un Fausto tecnológico? Fornés recuerda que el último momento consciente de la vida del oráculo de la filosofía a martillazos, el ateo terrible que fue Nietzsche, decidió escuchar, por una vez, a su corazón, fundiéndose en un abrazo de caritativa compasión con un viejo caballo al que le estaban fustigando. Fue el último gesto del autor de “El anticristo”, curiosamente, un gesto perfectamente cristiano.

Porque para Fornés, las cosas importantes de la vida suelen ser inmateriales, espirituales, mágicas, en cierto modo religiosas. Por eso, en su opinión, “más que aferrarse a la fe o no, lo importante y terrible de la actualidad es que vivimos en un mundo donde no se busca saber, sino tener razón”. Efectivamente, en lugar de dar importancia a las preguntas, actualmente todo el mundo se permite contestar sin haberse cuestionado nada. Tal vez para olvidar que el estado natural del hombre es el desasosiego, la inquietud, “porque si alguien está convencido de ser feliz y estar colmado tiene un problema”. III