Mucho esfuerzo hay detrás de cada una. Esfuerzo y aprendizaje. Esfuerzo, aprendizaje y repetición. Esfuerzo, aprendizaje, repetición y mejora.
El esfuerzo por mejorar hace pensar en la sed por aprender que han tenido. Sed por aprender y hambre de corregir los errores. Corregir los errores, no poner excusas y aprovechar cualquier consejo para perfeccionarse.
El ejemplo de los grandes campeones es una fuerza increíble para superarse. El ánimo de la familia es una potencia enorme que hace darlo todo. La confianza en Dios también empuja para ser constante, especialmente cuando lograr el objetivo cuesta.
Son actitudes que recuerdan algunas “Obras de Misericordia”: Enseñar al que no sabe, corregir al que se equivoca, dar buen consejo al que lo necesita, sufrir con paciencia los defectos del prójimo o consolar al triste…, ¡qué pequeño es el mundo! Resulta que el deporte es una gran fábrica de virtudes.
Pienso especialmente en los entrenadores. Las miles de veces que habrán corregido a sus deportistas. Con energía, a veces con ira, generalmente con paciencia. Se les ve angustiados viendo el partido, la prueba, la carrera o el ejercicio. El trabajo de años puede ser exitoso o no según lo que pase en pocos minutos, a veces en segundos. Pero sin que ser entrenador, corregir al que tengo cerca y se equivoca puede ser más complicado. Vemos defectos, faltas y pecados en quienes están a nuestro lado y ¿qué hacer? ¿Miro a otro lado y paso? ¿Lo critico? ¿Me complico la vida y le ayudo? Para muchos la indiferencia no está mal vista. Así no me complico la vida. Quizá también surgirá alguna excusa para decir que tiene más cerca otras personas y ya le dirán… Peor será caer en el “deporte” de criticar.
Abunda la afición a hablar con otras personas de los defectos o pecados de otros. Ese hace, dice o se comporta así o asá. Y esconde mucho orgullo. Se está diciendo sin decirlo: Yo no soy como ese, yo soy mejor.
Puedo complicarme y pensar cómo ayudar para que mejore. Es fácil no saber qué hacer y recurrir a bellas palabras no toca. Tocará pedir luces a quien más sabe y puede, a Dios. Y corregir en privado, a solas, sin nadie. Sin juzgar la intención, solo describiendo lo que he visto. Superando la pereza, la vergüenza y el miedo a no ser bien comprendidos. Así se gana la medalla mejor, la del amor. Y hay muchas esperando ser recogidas. III