No solo cine

“Ben Hur” (2016): El arte de disecar una obra de arte. Por Oti R. Marchante

Lunes 05 de septiembre de 2016

Me ha gustado tanto su crítica en el diario ABC que, una vez más, le he pedido que me dejara publicarle en nosolicine.net. Y de nuevo su respuesta ha sido afirmativa, de manera que os dejo con el gran Oti Rodríguez Marchante.



Todo el mundo ha visto «Ben-Hur», la de William Wyler, la de Charlton Heston, la que apenas dura más de tres horas y media, y por lo tanto la que ahora se estrena, dirigida por Timur Bekmambetov, sólo da para escribir si uno tiene el valor de ponerla ante el original y después de hacerse una pregunta: ¿qué sentido tiene coger una obra maestra y convertirla en una buena peliculita? Lo que hace, en realidad, Bekmambetov es coger el animal entero, vivo y esplendoroso, conservar lo que puede de su espectacular piel, desalojarle del alma y poner ahí algo parecido a la carne, o a la gomaespuma? Ahí está, como uno de esos bichos magníficos que cae en manos del taxidermista y luego lucen sin el brillo de la vida encima del televisor.

La escena más recordada de aquel «Ben-Hur», la carrera de cuadrigas, está aquí ya embalsamada como arranque, para abrirle paso a un «flashback», quizá como una invitación ineludible al cotejo que se le viene encima; luego, la acción llegará a ella entera, y es vistosa, como muy vistosa es la secuencia de galeras en la que Judah Ben-Hur sale milagrosamente vivo y que el director decide llevarla por un camino distinto que cambia algo la historia: elude esa parte sustancial en la que Judah salva al comandante romano y su paternal relación con él, quitándole una complejidad moral que probablemente el protagonista, Jack Huston, no hubiera sido capaz de transmitir, y especialmente para darle más relieve y papel al personaje del jeque árabe, o sea a un Morgan Freeman con túnica de Cornejo.

Sin entrar mucho en detalles, y con cierta precaución para no ser malicioso ni injusto, hay que subrayar la falta sustancial de aquella música de Miklós Rozsa que inundaba de espiritualidad cada gesto, sentimiento y momento de esos personajes tan arrebatadoramente enfrentados, por no hablar de cómo portaba la túnica Charlton Heston, un actor que podía ser Dios, o casi (digamos, Moisés), y que ahora ha de rellenarla el nieto de John Huston, un buen chico y probablemente también un buen actor. Pero nada en esta versión, o perversión, es tan reprochable como el rociado de intrascendencia al hecho de que Ben-Hur conviviera y casi “conmuriera” con Jesús de Nazaret, cuyo rostro se sublimaba sin verse en la de Wyler, mientras que aquí ocurre lo contrario, se ve sin sublimarse.

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