Abrera

Manuel López: “Cuando me quedé en silla de ruedas todos me quisieron echar de la alcaldía”

Pere Ríos | Miércoles 02 de noviembre de 2016
Manuel López Lozano fue elegido en 1979 el primer alcalde democrático de Abrera por la candidatura de la Entesa Municipal, integrada por independientes y militantes del PSUC. La crisis y la escisión de ese partido le llevó a entregar el carnet, pero acabó el mandato y en 1983 se presentó en las listas del PSC y fue concejal de urbanismo y alguna otra área hasta su jubilación en 2005.

Hombre de carácter sereno y discreto, se convirtió al inicio de la democracia en un símbolo de la transición política porque a los pocos días de acceder a la alcaldía sucedió un incidente que marcaría su vida. Un tiro fortuito de un guardia civil lo dejó parapléjico cuando acudió a mediar en un conflicto laboral a petición de los sindicalistas. Entonces tenía un hijo de 13 años, otro de uno y a un tercero le quedaban dos meses para nacer.

Manolo, que es como le conocen los vecinos, acepta muy gustoso la cita de EL LLOBREGAT y propone quedar en el Ayuntamiento de Abrera, donde llega puntual y entabla conversación con casi todos los funcionarios. Allí empieza a recordar su dilatada trayectoria social y política, que se inicia en 1970, coincidiendo con el bautismo de su segundo hijo, que entonces era obligatorio. “Trabé amistad con un cura progre y fundamos la revista Magarola, en la que denunciábamos hasta podíamos la actuación del ayuntamiento, especialmente en temas urbanísticos”, explica.

Cuatro años después, en 1974 reunió el apoyo de buena parte de los vecinos perjudicados por la actuación municipal y fue ampliamente votado como concejal por el tercio familiar en las “elecciones” de aquel año. Su prioridad siguió siendo denunciar las infracciones urbanísticas que detectaba. “Empezamos a hacer la oposición y había mucho trabajo por la gran cantidad de irregularidades que veíamos.

Existía un Plan General Metropolitano, pero no se habían desarrollado los planes parciales ni los estudios de detalle que posibilitaran que se pudiera construir. Se hacía todo saltándose a la torera la normativa urbanística”.

El accidente
En las primeras elecciones municipales de la democracia, la lista liderada por Manuel López logró seis concejales, CiU 4 y la ORT que apoyaba el PSC, los dos restantes. Los tres grupos entraron en el gobierno y el 30 de julio de 1979 estaban reunidos en una comisión informativa cuando se presentaron dos delegados de CC OO, entonces el sindicato en el que militaba el alcalde, para pedir su mediación. El motivo no era otro que un conflicto laboral en la empresa K-Mobel, situada en el polígono industrial de Can Sucarrats, “al otro lado del río”.

Los obreros llevaban tres semanas sin cobrar, se les adeudaba también la paga extraordinaria que entonces se cobraba coincidiendo con el 18 de julio, no en junio, “y no se les había ocurrido otra cosa que retener al gerente y a dos administrativos”. La Guardia Civil respondió con un despliegue alrededor de la fábrica con 30 agentes “y aquello presentaba mal aspecto”, dice el alcalde de la época.

“Acudí allí, hablé con el brigada que mandaba la Guardia Civil y le dije que me dejarea entrar para convencer a los trabajadores de que depusieran su actitud”, sigue relatando Manuel López. Al final lo logró, los dos administrativos fueron liberados y el gerente se quedó voluntariamente para hablar con los accionistas y mirar de solucionar la situación laboral.

Al poco, el alcalde telefoneó al gobernador civil de Barcelona para que la Guardia Civil abandonara la zona, y este le derivó al teniente coronel. “Me dijo que no me preocupara, que el brigada ya había hablado con él y que mandaba al capitán de Igualada para que disolviera la actuación. Era la forma de actuar que tenían entonces”, dice López.

Mientras se producía esta conversación telefónica en la parte trasera de la fábrica “había un agente que llevaba más de 30 horas de servicio que estaba ya tan desesperado que no se le ocurrió otra cosa que romper el cristal de la puerta con la empuñadura del arma”, un subfusil Star Z-62. Posiblemente el guardia civil no sabía que los administrativos ya habían sido liberados, pero el caso es que se lio a golpes y en uno de esos “hizo retroceder el cerrojo del arma y cuando acabó el recorrido y se echó para adelante arrastró una bala, o la bala ya estaba en la recámara, pero el caso es que disparó”. La bala le entró por un costado y acabó alojada en la columna vertebral después de romper una arteria intercostal.

“Me caí de la silla como un muñeco, me llevaron rápidamente al Hospital de Martorell y como no tenían medios me derivaron para Bellvitge y me hicieron un par de operaciones”, explica. “Me dijeron que para saber si me iba a recuperar tenían que transcurrir seis meses, pero pasó ese tiempo y me quedé en silla de ruedas para toda la vida”.

El guardia civil José Real Jiménez fue juzgado en 1981 y condenado por una falta de negligencia a 30 días de arresto menor. “Aunque parezca mentira, en el juicio no se habló de porqué el agente hizo eso”, explica el exalcalde, que fue indemnizado. En la vista también quedó claro que el subfusil que llevaba el agente era susceptible de dispararse con facilidad en caso de que no lleve el seguro puesto, tal y como sucedió aquel día.

“No soy rencoroso”
Al acabar la vista, “el teniente coronel se me acercó con el guardia civil que me había pegado el tiro para pedirme disculpas. Le respondí que no tenía que hacerlo, que habían de tener más cuidado para que no volviera a pasar. No soy rencoroso”, explica la víctima de los hechos. “En todos los colectivos hay gente buena, mala y regular.

Después de lo que pasó hubo algunos guardias civiles que se presentaron para cubrir plazas de guardia urbano en Abrera y teníamos una relación normal, incluso buena en algún caso. Tanto, que le aconsejé a uno que dejara esto, porque en Abrera no tenía posibilidades de promoción”, sigue explicando López.

Despedido
Después de aquellos sucesos fue despedido de la empresa de sanitarios en la que trabajaba para mantener a su familia, porque entonces no había dedicación exclusiva en el cargo y estaba muy mal retribuido. “Cuando dieron por hecho que no me iba a recuperar, no me admitieron, me arreglaron la pensión de invalidez, pero no me dejaron trabajar más”.

Fue una época angustiosa. “Estuve buscando trabajo como economista pero no me lo dieron, hasta que al final pensé en estudiar Derecho y montarme un despacho por mi cuenta”. Lo más doloroso, sin embargo, fue que cuando regresó al ayuntamiento al cabo de unos meses tras intentar varios tratamientos de rehabilitación, “ningún grupo municipal me quería como alcalde, incluidos los míos”. La razón no era otra que el móvil económico.

“Estuvieron pensando también en echarme con una moción de censura, pero no pudieron porque entonces no estaba regulado. Al final conseguí que se aviniesen, pero no del todo, porque no se presentaban a algún pleno y tenía que avisar a la policía local para que los fuese a buscar. Los intereses de esos señores eran diferentes a los míos”, sigue rememorando el exalcalde.

“Aquello fue duro, sí”, admite sin reparos, antes de recordar que, por si no fuera poco, también tuvo que lidiar con el secretario municipal. “Un día se le ocurrió escribir en una nota que no asistiría una reunión del Ayuntamiento. Eso es abandono del servicio, y unido a que no pagaba la luz y el agua del piso que se le habían dejado, conseguí que le abrieran expediente”.

Un tiempo después le pusieron en la tesitura de elegir entre jubilarse anticipadamente o suspenderlo tres o cuatro años de empleo y sueldo. Lógicamente, el secretario optó por la primera alternativa.

“Después de lo que me habían hecho los compañeros y la casa de barrets en que había acabado el PSUC, que era una cosa así como Podemos, no quise presentarme con ellos”, evoca el exalcalde para recordar cómo prosiguió su actividad en la política local. “Los socialistas habían estado 40 años de vacaciones, pero yo tenía amigos en ese partido y uno me pidió que fuera en su lista. Los del PSUC me llamaron de todo”.

En las elecciones municipales de 1983 fue de número tres la lista del PSC y repitió cuatro mandatos más como de número dos en la candidatura que encabezó su amigo Félix Domingo Chico Vara. “Ha sido el mejor alcalde y el más trabajador, no creo que vuelva a haber otro como él”, explica Manuel López, aunque tampoco puede evitar referirse a su gestión de los alcaldes que vinieron después, también del PSC: Maria Soler Sala, de 2007 a 2015 y, tras las últimas elecciones municipales, Jesús Naharro.

“Abrera tiene dos piscinas municipales: una cubierta y otra de verano. La de verano se planificó en mi época y dejamos también el proyecto con financiación de la sala municipal con 350 butacas,”, relata López. “En Abrera se ha hecho urbanismo como en ningún otro municipio. Los terrenos de los equipamientos se han cedido gratuitamente al Ayuntamiento, como establece la ley del suelo, y así se han construido escuelas, bibliotecas o el instituto. En otros pueblos ha tenido que comprar los terrenos”.

“No he vuelto a pasar por la fábrica”
En 2005 colgó la toga de abogado y dejó la política municipal, a los 63 años. Desde entonces pasa el día con el ordenador y ojeando periódicos, pero dejó los libros, “porque he estado toda mi vida leyendo”. Y eso que se puso a trabajar con 11 años y medio y no retomó los estudios hasta los 18. Después le cogió el gusto y se licenció en Económicas y posteriormente en Derecho. Los años no perdonan y Manuel López confiesa que ha perdido facultades para “encontrar las palabras adecuadas en algunas conversaciones”. Desde 2010 tampoco conduce su vehículo y eso le impide pasar largas temporadas en el apartamento que compró en Torredembarra o de camping.

En 2010, con José Montilla como presidente de la Generalitat, recibió la Creu de Sant Jordi. Era el primer exalcalde o alcalde de Cataluña reconocido con esa distinción y un año antes le nombraron hijo predilecto de Abrera, el municipio del norte del Baix Llobregat al que llegó en 1965, cuando aquello eran unas cuantas casas y bloques dispersos, el pueblo que tenía 4.000 habitantes cuando llegó a la alcaldía en 1979 y que ahora supera los 13.000 vecinos. No ha vuelto a pasar por la fábrica en la que cambió su vida, aquel 30 de julio de 1979. III