(Foto: @Onlyreflex)
Lourdes López | Jueves 01 de diciembre de 2016
Hubo un tiempo en que la carta de quesos era el qué de un restaurante. Y si se habían traído de detrás de los Pirineos, mejor. La huella de la fogones franceses en la restauración española sigue siendo (como saben) alargada pese a la otra sombra (la bulliniana). No lo digo yo, lo dicen quienes más saben, pero yo lo recuerdo cada vez que doy de sopetón con una carta de quesos restaurantil digna de genuflexión. La tentación. Otra vez.
Claro que hay tablas, y tablas. Están las que sintetizan el atino gastronómico y las que corroboran la desmañada cutrez de quienes describirían un Re-Quesón como un queso de tamaño descomunal. Hay locales con suerte porque cuentan con los mejores para hacer la suya y, claro, nos dan grandes alegrías. Desde hace cuatro años,
Rías de Galicia y
Espai Kru (C/Lleida, 7) dejan su elección en manos de un grupo de periodistas gastronómicos y algunos paladares populares (amigos y clientes con suerte) en una cata a ciegas de variedades afinadas por Eva Vila (
Vila Vilinteca). Los ocho quesos aplaudidos son la carta que sus visitas disfrutarán durante esta temporada.
El festín láctico prepostre para mi es perceptivo. Esta costumbre se perdió en algunos restaurantes de Barcelona por la exigencia de conservación de un producto que (como el vino) está vivo. Rotación de piezas, humedad y control experto son exigencias atrevidas en un mercado con la justa formación. Hacer una mínima selección es, incluso, jugársela. Reivindiquemos más y mejores tablas queseras y menos puns, buns y todas esas puñetetas modernas… que hay quesos españoles entre lo mejor del panorama europeo.
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