Aunque sólo sea por este motivo, ya están más que justificadas estas fiestas. ¿Por qué no extendemos este deseo luminoso durante el resto del año? Parece que hemos convertido en utopía la realización de este proyecto de vida, que en cualquier sociedad debería convertirse en un objetivo por alcanzar.
¿Qué significa y qué expresa esta fiesta en la sociedad actual? Cuando desprendemos la Navidad o cualquier fiesta de tradición cristiana de su sentido original, reducimos estos días a una expresión sentimental u ornamental. Desconectamos del acontecimiento histórico y de la persona que la sustenta: Jesús y, por tanto, el consumo se convierte en prioritario.
En esta sociedad, la nuestra, el maquillaje lacrimógeno intenta disimular las enormes injusticias y desigualdades por todos observados. Aumentan las campañas de sensibilidad social, loables en su intento e ineficaces en la solución de las grandes y profundas raíces que la originaron y la mantienen.
¿Qué nos impide convertir estos deseos en realidades? ¿Por qué es más fácil la lástima que la acción correctora? Hay una palabra que resume este conflicto: la paz. Ha sido siempre un objetivo marcado en todos los discursos político-filosóficos; percibo la sensación de que es muy fácil hablar de ella sin implicarse lo más mínimo. La construcción de un mundo en paz será siempre un deseo inalcanzable si no partimos de una conversión desde dentro, es decir, de reconciliarnos con nosotros mismos y con nuestra historia.
La paz se genera en un corazón curado de sus heridas y abierto una relación donde el “otro” sea una oportunidad y no un enemigo. La paz no puede ser decretada por ley, es la consecuencia de una vida iniciada y orientada hacia la misericordia, como expresión más sublime del amor. Sin Dios, ¿dónde encontramos la experiencia del perdón?
Que este año que iniciamos puede ser una oportunidad para pacificarnos y pacificar, recuperando el sentido original e histórico de las fiestas y de las palabras que la representan. III