España fue un terreno abonado en los años locos de la burbuja, cuando políticos de todo signo promovieron obras desproporcionadas para satisfacer su vanidad como, no lo olvidemos, para favorecer el capitalismo de amiguetes. El último ejemplo es el despropósito de las autopistas radiales proyectadas por el gobierno de Aznar cuyo rescate nos va a costar la más de 5000 millones, casi lo mismo que la inversión en I+D del año 2016.
La alcaldesa de L’Hospitalet, la socialista Núria Marín, es un fiel reflejo de este complejo de faraón. Parece más preocupada en trascender echándole más cemento a la ciudad que en facilitar la vida a los ciudadanos. No hace más que promover proyectos fastuosos de dudosa viabilidad y disparatado coste que, como siempre, acabará desbordando lo presupuestado: el Distrito Cultural, el Manhattan en torno al soterramiento de la Granvia, un estadio de béisbol integrado con fútbol americano pionero en Europa…
Sin embargo, cuando se le plantea al gobierno municipal políticas que verdaderamente repercuten en el bienestar de los ciudadanos, y mucho más asequibles, entonces se vuelven en escrupulosos paladines de la austeridad. Entonces es inasumible para las limitadas arcas municipales promover bolsas de libros de texto gratis en todos los colegios de la ciudad. O es imposible procurar un solar suficiente para poner las dos líneas proyectadas en el Colegio Ernest Lluch. O es inviable adquirir el solar que abriría la Calle Santa Eulalia a la plaza Camilo José Cela, ejecutando la zona verde proyectada en ese espacio que esponjaría la zona y la haría más vivible. Pero no es que estas políticas sean inasumibles, sencillamente no quieren desviar recursos de las pirámides de Núria Marín. III