La pobreza sufre en silencio y no se rebela, excepto si la gente alberga alguna esperanza. El componente de la esperanza es fundamental para reaccionar. En las situaciones de pobreza perenne, la característica principal es la falta de esperanza. Así que los pobres necesitan que alguien hable por ellos porque no tienen ni voz. Ésta es una de las obligaciones morales que tenemos cuando escribimos sobre esa parte infeliz de la familia humana. El maestro de periodistas Ryszard Kapuściński enseñó que todos ellos son nuestros hermanos y hermanas pobres.
En la década de los 70, miles de personas migraron del sur de España al sur de Barcelona. Municipios como Cornellà, El Prat, L’Hospitalet o Sant Boi multiplicaron por siete su población. La industria había sustituido a la agricultura y en fábricas como Elsa o Laforsa sus trabajadores se rebelaron contra unas injustas condiciones laborales, después de haber experimentado el calor de la solidaridad vecinal tras las catastróficas riadas de 1971.
Los despidos fueron la espita de tres huelgas generales que azotaron la comarca del Baix Llobregat de norte a sur. Unas huelgas protagonizadas por trabajadores, estudiantes y vecinos que ejercían dobles y hasta triples militancias: en el sindicato, en la asociación de vecinos, en la Iglesia, en los partidos políticos clandestinos, principalmente el PSUC, pero también en Bandera Roja, el PTE y una ensalada de siglas de grupos de izquierda. Y todo ese movimiento fue narrado, por primera vez, por los corresponsables de la prensa barcelonesa destacados en nuestro territorio, que con nuestro trabajo de doble militancia (profesional y de conciencia social, como Kapuściński) también contribuimos a forjar la leyenda del Baix Llobregat como “El Cinturón Rojo”.
No disolver la comarca
Las diferencias ideológicas, de formación y de procedencia no fueron obstáculo para forjar alianzas con objetivos comunes: la mejora laboral y de los barrios en el marco de la lucha por la libertad, la amnistía y el Estatuto de autonomía. Mientras eso ocurría, muchos coetáneos que ahora ocupan buena parte de la escena política, iban a lo suyo o, como mucho, se dedicaban a hacer excursiones en una agrupación escolta o la UEC. Fenómenos como el del Cinturón Rojo, principal preocupación para los últimos gobiernos del tardofranquismo y hasta para la embajada de los EEUU, contribuyen a mantener una identidad colectiva que, mediante la memoria, nos ayuda a definirnos.
El CitiLab de Cornellà fue el 13 de enero el escenario de un reencuentro de quienes protagonizaron la transformación de nuestra comarca dentro de otra gran transformación que fue la España de la Transición. El estreno del documental, dirigido por Luis Campo Vidal, se antojaba una fiesta de antiguos alumnos de la escuela de la vida, de gentes con evoluciones diferentes pero que vivieron un momento de la historia de nuestra comarca en el que la generosidad se traducía en solidaridad y en alianzas políticas, por muy diferentes que fueran las visiones. El alcalde de El Prat, Lluis Tejedor, aboga por mantener aquellos “vínculos de pluralidad compartida” para impedir la disolución de la comarca en favor de la AMB por una presunta eficiencia en la prestación de servicios.
Se puede vivir en el Baix Llobregat y L’Hospitalet sin conocerlo, pero si quieres conocerlo, es obligado beber de aquellas fuentes reflejadas en el documental.
Francesc Castellana, presidente de la Fundación Utopía creada por Joan García Nieto e impulsora de la iniciativa, agradeció tanto a las 103 personas que han aportado recursos personales como a los ocho ayuntamientos que han colaborado en la financiación de los casi 25.000 euros que ha costado realizar un documental de 72 minutos de duración.
Del tanatorio a la pantalla
Luis Campo Vidal reconoció que la idea de hacer este documental se le ocurrió en un tanatorio. Despidiendo a un viejo compañero se dio cuenta de que se estaba perdiendo trozos de historia. Encontró el respaldo de la Fundación Utopía y el resultado son 33 testimonios, seleccionados por su valor y no en función de cuotas, ni de género, ni territoriales, ni ideológicas. Unos testimonios que, repartidos en 16 capítulos, narran los cambios acaecidos en la comarca entre 1970 y junio de 1977, cuando se celebraron las primeras elecciones generales democráticas, porque las municipales hubo que esperar hasta 1979. Fue entonces cuando los que ejercían la militancia sindical pudieron organizarse legalmente, mientras los que ejercían la militancia política accedieron a los ayuntamientos, donde siguieron las alianzas a que ya estaban acostumbrados.
En las primeras elecciones municipales de 1979, todo el mundo creía que el PSUC iba a arrasar, como así ocurrió en algunas ciudades del Baix Llobregat, como Cornellà, El Prat, Sant Feliu, Molins de Rei y Vallirana. La sorpresa fue el buen resultado obtenido por los socialistas en L’Hospitalet y, en general en toda la comarca. Sorpresa pareja tanto en el PSUC como en el PSC, porque a la desilusión de los psuqueros por no ganar en L’Hospitalet, se unió la sorpresa de los propios socialistas por la victoria de Juan Ignacio Pujana (de la federación catalana del PSOE) en la segunda ciudad de Cataluña, cuando nadie del PSC había querido encabezar aquella lista al dar la ciudad por perdida en favor del PSUC.
Aquellos resultados, peores de los esperados, propiciaron la desintegración del PSUC y, en las elecciones de 1983 perdieron las alcaldías y quedó entronizado el PSC en todo el territorio. Al tiempo, se produjo una huida en masa de psuqueros hacia las filas socialistas, donde permanecen. El alcalde de Cornellà, Antonio Balmón, señala que ahora, “la confrontación no está entre la nueva y la vieja política y en criticar el pasado de forma gratuita, porque seguimos actuando contra viejos problemas construidos sobre la desigualdad”. Algunos de los que contribuyeron a mejorar el mundo, ahora les señalan como “casta” porque el mundo les cambió. III