Ahora que vivimos en los albores de la Baja Edad Digital, algunos alcaldes, transmutados en modernos señores feudales, gobiernan construyendo auténticos feudos, casi ciudades-Estado, y aspiran a gestionar por su cuenta el agua, la electricidad, la seguridad, el urbanismo… al margen de los beneficios de la red. Pero los mapas, como la historia, condicionan el destino de los pueblos.
Me encanta ver a la alcaldesa Núria Marín ejerciendo de “mamma” ante los altos cargos de todos los gobiernos en defensa de los intereses que ella ha definido para L’Hospitalet. Aprovecha la gran plataforma que supone Fira de Barcelona, cuyo recinto de Granvía se encuentra en un 20% en su municipio, para engancharse del brazo de la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, y hasta del Rey Felipe VI. Al contrario que Ada Colau, acudió en menos de 72 horas al congreso del PP catalán y al acto convocado por el Gobierno de España para anunciar multimillonarias inversiones en infraestructuras para Cataluña.
Al igual que hizo El Llobregat organizando un debate sobre la necesidad del intercambiador de La Torrassa para mejorar el servicio de Rodalies, acto al que invitamos a Núria Marín; la intención de la alcaldesa al ir al encuentro de Mariano Rajoy y del ministro de Fomento, Íñigo de la Serna, no era otra que defender ese mismo proyecto a partir del soterramiento de la vía férrea de Vilanova, no sólo por cuestiones de estética urbana para “coser” los barrios, sino para lograr que funcione el sistema de Rodalies. L’Hospitalet figura ya en el mapa de inversiones del Gobierno de España.
Los mapas son un discurso que el poder utiliza porque son elementos moralmente neutros. En su ensayo “La venganza de la geografía”, Robert Kaplan defiende la especial importancia de la geografía física y humana porque permite entendernos mejor y vislumbrar, aunque sea de manera aún difusa, los contornos de la política futura. Me interrogo sobre el tipo de determinismo que la geografía ejerce al abordar el futuro de este territorio al sur de Barcelona regado por el Llobregat.
Las razones de la geografía
Los mapas no se reducen a dos dimensiones y su parcial determinismo, porque la dimensión humana activa el libre albedrío. Pero la geografía impone sus razones, informa de ellas, aunque el ser humano tiene siempre el poder de luchar contra el sufrimiento y la injusticia. De lo que se trata es de tener una apreciación del mapa de manera que, contrariamente a lo que intuitivamente tendemos a pensar, no nos sintamos limitados por él. Naturaleza impone, pero el hombre aún dispone. No obstante, la geografía ejerce un principio de sensatez y su pérdida, cegados por el idealismo o los aires de grandeza, nos hacen perder de vista la consistencia de los obstáculos de la geografía física y humana que aún nos dividen.
L’Hospitalet se apellida Llobregat, como la mayoría de las poblaciones de la comarca del Baix Llobregat regadas por un río que también baña ese municipio a la altura del hospital de Bellvitge. Más allá de que la segunda ciudad de Cataluña por su número de habitantes tuviera playa donde ahora está el puerto de Barcelona y acogiera todo el tramo final del río, importante porción de terreno que un decreto de Alfonso XIII arrebató para crear hace cien años la Zona Franca; cualquier análisis geopolítico de L’Hospitalet y el Baix Llobregat concluye con notables similitudes.
Y no solo por su similar crecimiento a golpe de oleadas de migrantes, primero procedentes del sur de España y ahora de todo el mundo. Todos trabajadores.
El Consell Comarcal del Barcelonés al que pertenecía administrativamente L’Hospitalet, ha apretado el botón de su autodestrucción preventiva ante las investigaciones que Antifraude y Fiscalía están realizando por un puñado de irregularidades. No voy a entrar a analizar esa polémica, porque sería tema para otro artículo. Voy a centrarme en el futuro colectivo. Porque la alcaldesa Núria Marín ha declarado a esta publicación que L’Hospitalet tiene personalidad propia y no necesita integrarse en ninguna comarca. Vamos, que quiere ir por libre para dar réplica a Barcelona, la reina de las ciudades globales españolas.
Según la socióloga y economista Saskia Sassen, de la Universidad de Chicago, “la geografía de la globalización contiene dinámicas paralelas de dispersión y centralización. La tendencia masiva hacia la dispersión espacial de actividades económicas ha contribuido a la vez a la necesidad de nuevas formas de centralización territorial para las funciones de control y gerencia”. La importancia de las ciudades globales se mide por factores tales como la concentración de sedes corporativas, la cantidad de áreas de negocios bajo su control, el volumen de inversiones extranjeras directas que atraen, la interconectividad que ofrecen, la fuerza de sus sectores de servicio, el nivel de sus comunicaciones internacionales, etcétera. Y L’Hospitalet tiene de todo un poco.
Dar réplica a Barcelona
Nadie pone en duda la primacía de Londres y Nueva York, a las que siguen París, Singapur, Hong Kong, Tokio, Dubái, Pekín, Shanghái… Son las ciudades de la moderna Liga Hanseática, que fue una asociación de grandes urbes comerciales del norte de Europa que, a partir del siglo XIII y por 300 años, dominó la economía de esa parte del mundo. El poder combinado de esos centros urbanos permitió enfrentar con éxito a los grandes imperios de la época. Las ciudades globales de nuestros días comparten la interacción y el sentido grupal que caracterizó a aquellas, aunque en dimensión planetaria.
Barcelona es una ciudad global y pese a ser la capital de Cataluña, mantiene un cierto divorcio con la nación a la que pertenece porque es un referente económico y cultural de otra galaxia. Aunque Barcelona está en la parte baja de la Liga de Ciudades Globales, L’Hospitalet parece olvidar su geografía física y humana al aspirar a competir con su vecina, dando la espalda a la comarca del Baix Llobregat. L’Hospitalet se beneficia de su cercanía a Barcelona en todos los terrenos, pero en ambas ciudades coexisten dos sociedades ajenas e irreconciliables. De un lado, está la élite de profesionales que confluye de manera natural en Barcelona, lo que Linda Brimm denomina “cosmopolitas globales”. Del otro, la de los lugareños y hospitalenses, a quienes se les impone un fuerte encarecimiento en el coste de bienes y servicios, a los que se les sustrae oportunidades laborales, deforma la identidad tradicional de la urbe y amenaza con hacerlos superfluos en su propio medio. Un proverbio africano dice: Si quieres ir rápido, camina solo; si quieres llegar lejos ve acompañado. III