Esta recuperación no está llegando a todos los segmentos, por lo que la brecha de la desigualdad se amplía con las consecuencias que ello conlleva. Prueba de ello es que han surgido nuevos conceptos como la pobreza energética o la figura del trabajador pobre. Encontrar trabajo ya no es una garantía de salir del umbral de la pobreza y la exclusión social, como antes.
Tras casi diez años desde la quiebra de Lehman Brothers, en septiembre de 2008, primera pieza en el dominó de inicio de la crisis, podemos afirmar que la recuperación no es, hoy por hoy, ninguna garantía de evitar el colapso de nuestras sociedades. Las cifras de paro no esconden la excesiva temporalidad de los trabajadores que, como decimos, en muchos casos tampoco llegan a final de mes; las empresas siguen mirando el futuro con cierto escepticismo y los costes de contratación, seguramente, sean demasiado altos; y, por su parte, la Administración, en mayúscula, sigue siendo un enorme Diplodocus. Excesivamente grande, pesada, garantista y, inevitablemente, lenta y burocratizada.
Esto tiene una consecuencia directa que hemos visto estos años: persones con Dependencia a las que les llegaba la carta de la Administración para revisar su posible prestación cuando ya habían muerto o empresas que cerraban a la espera, por ejemplo, del pago de clientes. Y esto no son números; son miles y miles de historias truncadas.
Ahora lo seguimos viendo cuando nos acercamos a los departamentos de Servicios Sociales o a entidades del sector como Càritas. Si antes la burbuja inmobiliaria explotó con las hipotecas, ahora no paran de llegar familias que no pueden pagar el alquiler, los suministros o que sufren pobreza alimentaria. Lo que se supone que debe ser un derecho inherente a la dignidad de las personas, sigue siendo un producto mercantilizado que hunde a los que no pueden pagar en un pozo de casi imposible salida.
Esto puede cambiar con la renta garantizada. Celebramos la unanimidad con la que el Parlament de Catalunya ha aprobado esta nueva prestación y que se abra un debate tan complejo como éste. Estamos en un momento de transición en el que la tecnología avanza a pasos agigantados y que conllevará la inevitable robotización de los procesos de producción. En Estados Unidos, calculan que esto podría derivar en la pérdida del 47% de los puestos de trabajo, casi la mitad. No se trata de volver a ser ludistas e iniciar una lucha contra las máquinas, se trata de anticiparnos y estar preparados.
El problema no es solo de los adultos que no logran incorporarse al mercado laboral, por las razones que sean; sino que existe el riesgo de transmisión generacional de la pobreza, más en España, que cuenta con unas tasas de pobreza infantil y de fracaso escolar de las más altas de Europa.
La desigualdad en los primeros estadios de la vida de un niño o niña es fatal para su propio futuro y, en suma, para el de todos. Una sociedad justa es, precisamente, la que garantiza la igualdad de oportunidades ya desde la cuna. III