De esta forma es difícil entablar cualquier diálogo entre posicionamientos dispares; parece que utilizamos idiomas y conceptos irreconciliables. Estos días, especialmente, nos encontramos con diferentes palabras que según la ideología que subyace significa una cosa u otra: la democracia, la legalidad, la justicia…
Una sociedad incapaz de dialogar con ánimo constructivo está abocada al fracaso y a la crispación permanente. Hay políticos que se sienten cómodos en este contexto estéril e ineficaz, populista e irresponsable, destructivo e irreconciliable, etc. Algunos intelectuales describen esta época como la era de la “post- verdad”; no existe “la verdad” como tal, todo está en función de unos intereses subjetivos e interesados.
De esta forma, se adultera así la percepción de la realidad y todo aquel que no exprese lo políticamente correcto, es un enemigo que hay que combatir o desprestigiar.
No es algo nuevo en la historia, siempre ha habido la pretensión de imponer una “verdad” a gusto del consumidor, una “verdad” que ciertos poderes (lobbies) intentan manipular buscando un beneficio particular, en detrimento del “Bien Común”.
Respondió Jesús: «... Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.»” Juan, 18, 37. III