Lluis Mª Estruch

El zahorí

Lluis M Estruch | Jueves 06 de julio de 2017
Soy nieto de un hombre que encontraba agua con una varita de sauce. Cuando esto ocurría, solían agradecérselo con un regalo, nada más. Ahora donde él actuaba, hay escasez de agua y los pozos, minas y riachuelos ya no valen para el consumo regular.

La zona del Llobregat donde él vivió se suministra en red de dos maneras, según el pueblo, como servicio municipal directo o por concesión a compañía privada. Ambas fórmulas coexisten, pero los recelos aumentan, porque los nuevos partidos han optado por la re-municipalización como objetivo, dada la escalada de precios que afecta a los pobres e, incluso, los problemas de servicio y calidad de AGBAR y otras.

La batalla entre ambos modelos se juega en Barcelona y los 22 municipios de su alrededor. Hay sentencias ya y juicios pendientes muy importantes para decidir pronto el tema. Muchos consumidores aún confundidos creen que AGBAR es un tipo de compañía semipública dependiente de la Diputación, Generalitat. ¿Sería por esto, tal vez, que en la guerra civil (1936-39), el 25 de Julio de 1936, los trabajadores de la gestora privada del agua de Barcelona -unidos a la CNT- incautaron la empresa a sus propietarios, constituyendo la ABEC (Aguas de Barcelona empresa colectivizada)?

En este periodo bélico se bajaron precios, se impuso el consumo mínimo gratuito y cuando falló la electricidad se puso en marcha el vapor con suministro de carbón para impulsar el agua. A pesar del silencio intencionado sobre el período, la gestión general colectivizada fue eficaz y aseguró un buen servicio a los barceloneses dadas las circunstancias de averías por bombardeos y escasez de materiales.

En 1939 fue devuelta a los propietarios y se cuenta que en la caja fuerte del director encontraron una fuerte cantidad de dinero intacta. Las represalias a los trabajadores significados no fueron graves. En la transición los sindicatos volvieron a considerar la “municipalización” del servicio, pero este deseo se fue abandonando hasta que la vuelta del capital francés a la empresa fue impulsando fórmulas de sutil control sindical neocapitalista.

Un confuso recibo del agua con impuestos sobreañadidos, provocó la llamada “guerra del recibo del agua” (1992-2002) una larga lucha vecinal exitosa que también nadie recuerda y que, sin embargo, triunfó porque incidió en los límites peligrosos en que están las compañías privadas de suministro de agua, cuando ejercen un tipo de monopolio de un recurso natural. Así que cuando en el “carrilet” unos jóvenes afirmaban que AGBAR era una empresa pública, les corregí, pensando en mi abuelo comerciante que sí era un zahorí aficionado y sus amigos: poceros, lampistas, aguadores, con muchas de sus actividades prácticamente gratuitas. III