Javier Ambrossi y Javier Calvo, los directores, levantan a pulso su bofetada a diestro y siniestro, y sus cuatro protagonistas femeninas -y ese órdago a la grande que es el papelón de Richard Collins-Moore- son, digamos, una bendición.
El riesgo es mayúsculo, desde el lugar de los hechos, un campamento de verano para jóvenes católicas y monjitas, hasta los hechos en sí, pues a una jovenzuela moderna y amante del reguetón se le aparece Dios cantándole canciones de Whitney Houston, con una puesta en escena tan kitsch y extrema que ha de pasar, de inmediato o nunca, del ridículo a lo sublime.
Toda la carcasa de «La llamada» es sensacional, divertida, que te mira a la cara y te dice «y ahora, ten el valor de no mondarte», pero es que en su interior lleva dinamita: la llamada, el impulso de la fe, la necesidad de entregarte a lo bestia a Dios, la envoltura de tolerable irreverencia de una absoluta y confesada reverencia. Macarena García, sublime, y Anna Castillo, tan fresca, tan recién servida, son aquí gloria pura, igual que Belén Cuesta y Gracia Olayo, superioras y al límite. Y las apariciones y requiebros de Collin-Moore, la voz y el bamboleo de Dios, es como para darle varias vueltas a la manzana sin dejar de pensar en ello.
@OtiRMarchante
Nota del editor: Esta crítica fue publicada originalmente en el diario Abc el pasado viernes. Hoy nosolocine.net la ha reproducido de forma íntegra y, como siempre, con autorización expresa de su autor.