La fecha solo puede tener una justificación en clave interna, surgida de la cabeza de quienes dirigen los movimientos y a una semana del referéndum y de las cifras, que no se han movido, sobre el supuesto escrutinio. Eso querría decir que la oficialidad de las cifras se tendría que dar el sábado o el domingo, según la propia ley que aprobaron los soberanistas el 6 de septiembre, y es evidente que no parecen los más hábiles para oficializar nada con la de días previos que ha habido. Es decir, la fecha del lunes responde a alguna cuestión interna que se nos escapa ahora mismo, pero que bien puede tener que ver con los movimientos que se están haciendo estos días.
Mientras tanto, hubo ayer por la noche el mensaje de Puigdemont, a la misma hora que el rey y con una simbología muchísimo más elaborada, lo que vuelve a poner de manifiesto el nivel de organización y el volumen de cabezas pensantes que dirigen el ‘procés’. Algo que no puede pasar desapercibido y que señala la enorme distancia entre unos y otros. El escenario de la comparecencia del rey no podía ser más viejuno y las formas acompañaban al escenario y al mensaje, porque no parece haber nadie con alcance que se encargue de las escenificaciones, tan importantes en este contexto. El discurso del president solo coincidió con el de Felipe VI en la hora y en la brevedad. De pie, en un marco revestido de una claridad solemne y con la ‘senyera’ oficial y la puerta abierta. El contenido no se movió un ápice del mensaje institucional tras el día 1: “estamos en la fase negociadora y necesitamos a alguien que nos siente a la mesa”.
A eso, el soberanismo lo llama mediación. Pero enfrente no hay nadie. Y no es por estrategia: es que no hay mensaje ni hay acción. Se sigue exclusivamente a remolque de la iniciativa contraria y como no hay novedades, se arrastra machaconamente el mensaje de hace años: “estos están fuera de la ley y hasta que no vuelvan a la ley no hay nada que hablar”.
Ayer, en una demostración de que el nacionalismo ha ganado el relato y la iniciativa y está ganando la atención internacional, el Parlamento Europeo se vio en la necesidad de tratar el tema dejando al gobierno español como lo que es: un aparato sin ideas y que se mueve noqueado de derrota en derrota porque nada hubiera querido menos que se produjera que un debate sobre “el problema interior catalán”. El problema catalán ha dejado, desde ayer, de ser un problema interior español para ser un problema interior europeo, que amenaza ya con remover demasiados leones dormidos en el corazón de los viejos estados.
Unanimidad en dos puntos
Por eso ha habido tantas coincidencias en dos puntos. En la tremenda metedura de pata de la utilización policial (y judicial) para resolver problemas políticos, y en el peligro de la irreversibilidad de una declaración de independencia, unilateral y sin amparo democrático, porque nadie reconoce el resultado de lo que pasó el 1-O.
En este contexto, ¿mediación para qué? Pues porque sin mediación no hay diálogo y sin diálogo no puede haber negociación para componer un Estado. Y aquí se dan de bruces dos realidades irreconciliables. Los unos no pueden aplicar más medidas de retorno a la legalidad porque carecen de relato y de fuerza y los otros no pueden culminar su hazaña porque para eso es imprescindible acordar algo con alguien que se siente a la mesa para acordar algo. Y así andamos, con los ojos como calabazas listos para ver bastantes más movimientos en los próximos días, hasta llegar al día clave.
Pero vayamos a otras cosas. Es cierto que la mayoría de las actuaciones de los manifestantes en Catalunya han sido pacíficas y que incluso se han visto escenas insólitas como gente con banderas españolas y senyeres independentistas abrazados para expresar lo que mucha gente defiende individualmente y mirando a la cara de su interlocutor, pero que luego olvida en público cuando la masa se desata.
Todos tenemos grupos de wasapp. En mi caso con mayorías absolutas de soberanistas, pese a lo cual me he resistido hasta ahora a abandonarlos porque no pienso romper amistades por las actitudes políticas y porque creo que mis amigos no tienen por qué ser distintos de los miles de catalanes decentes a los que la ola nacionalista se ha ido tragando a base de tiempo y contumacia.
Por lo tanto, he recibido y recibo cientos de mensajes facilones donde se retrata una realidad plana cuando todos sabemos que las realidades están llenas de aristas y de contradicciones. Como la ola es exactamente un fenómeno invasivo que todo lo arrasa, me han ido llegando auténticas barbaridades, algunas de las cuales, ofensivas no solo para la inteligencia sino para los sentimientos. Eso sobre lo que el nacionalismo basa su ideología y que tan poco respeta en ocasiones.
Responder con razones
Hasta el uno de octubre mi decisión era soportar, cada vez más ahíto, es cierto, los innumerables mensajes que han ido labrando la conciencia nacionalista catalana a lo largo de estos años, sin chistar, con únicamente algunas respuestas esporádicas cuando me parecía que se sobrepasaban los límites de la decencia social. Después del día uno tuve la convicción de que también mi pasividad había contribuido a componer el mensaje único que todo lo invade y tomé la decisión de ser beligerante en el terreno de las ideas críticas, de la duda, que es lo que de verdad me mueve. Ya se que es un esfuerzo de modestísimos alcances pero es el mío. Si este dejar de estar callado sirve para que quienes hemos estado callados hasta ahora renunciemos al silencio, ya habrá valido la pena.
Todo ello a la sazón de la carta de Isabel Coixet que ayer leí en El País y que es un ejemplo de alzar la voz y mantener la presencia personal, y de ver el simplismo de cientos de manifestantes en las conexiones de las cadenas televisivas repitiendo como loros eso de “prensa española manipuladora”, excepto cuando las conexiones son de la televisión pública catalana o de las emisoras proclives. Me dieron ganas de contestar desde casa con un “prensa catalana, completamente plana” pero me contuve para no ser injusto. Las rimas fáciles son eso, fáciles de hacer.
Lo difícil es informar y, por eso, no es razonable meter en el mismo saco a toda la prensa por el hecho de ser española o catalana. Estoy convencido —no hay más que seguir a los medios— que hay prensa en España y en Catalunya que no informa, sino que utiliza la información para manejar consignas, pero por fortuna, estamos en un buen momento en el campo de la información porque hay muchos medios en prensa, especialmente digital, radio y televisión, en España y en Catalunya, que se toman en serio la pluralidad de ideas y mensajes.
Lo que le ocurrió a Isabel Coixet, ni es nuevo ni es tolerable. Lo que le ocurrió a García Farreras de la Sexta y a un montón de corresponsales repartidos en los diversos escenarios, ni es justo ni es inteligente. Pero lo más significativo es fijarse en quienes fueron en la mayoría de casos los protagonistas del simplismo ramplón: jóvenes, probablemente universitarios y absolutamente acríticos. Y peligrosos, por todo ello.
Esta es parte de la materia que se moviliza a toque de consigna. Hasta ahora, bien sujeta por las bridas de los estrategas de casi todo, pero ya se sabe que hay muchas cosas que penden de un hilo y que cualquier chispa puede encender una mecha que está perfectamente tendida y saturada de combustible.
Me gustará hablar mañana de la cuestión económica, nada baladí.