“Todo empezó hace seis años. Era de noche y llevaba días cansada; me costaba hacer cosas cotidianas. Llamé al 061 pero me negaron la ambulancia y me dijeron que podía ser ansiedad, que me tomara un Diazepam y que me fuera a dormir”. Y menos mal que no lo hizo. Al llegar a Bellvitge le confirmaron que estaba sufriendo un infarto pese a los 28 años que tenía entonces.
Batalla en la calle y en los Juzgados
A los dos años de reincorporarse al trabajo y, tras ver como de repente perdía peso, la visión de un ojo y otros síntomas –llegué a ir en pañales al trabajo-, Naty López, vecina de L’Hospitalet, se derrumbó en un establecimiento. Había sufrido un ictus cerebral con rotura de la carótida, debido a un trombo que le taponaba el 80% o más del tronco supra-aórtico. El motivo, varios problemas genéticos localizados; el más destacado, la hiperhomocisteinemia, causada por la mutación de un gen del cromosoma 1 y que produce más homocisteina en sangre con las consecuencias que López sufrió.
Pese a las secuelas que arrastra desde entonces y a su compleja rutina médica y cuadro médico, la mayor sorpresa llegó cuando el ICAM (Institut Català d’Avaluacions Mèdiques) le dio el alta médica. Aquel fue el punto de partida de la nueva vida de López, conocida por acampar en las puertas de la sede del ICAM hace justo dos años para luchar por su baja médica. Una lucha que ha tenido que llevar a los tribunales y que todavía continúa en detrimento de su enfermedad: “Tendría que estar centrada en recuperarme; estar tranquila. Ya es bastante triste y ruin y da bastante miedo ir cada día al médico; no puedo más”, reconoce López para El Llobregat.
Aun así, la suerte le ha cambiado y tanto de un lado como de otro puede contar buenas noticias. Mientras en Bellvitge le descartan un posible cáncer de pulmón, el Juzgado Social número 17 le ha dado, ahora, la razón –a diferencia del juzgado de primera instancia- y le reconoce la incapacidad total permanente, con lo que le corresponde el 55% de la base cotizada. Una primera victoria ante el ICAM y el INSS (Instituto Nacional de la Seguridad Social), aunque insuficiente para la afectada que recurrirá para lograr la baja Absoluta. En este sentido, según confirma ella, el INSS también ha recurrido a la sentencia, lo que le impedira cobrar los atrasos que judicialmente ya le deben en estos años. Quedarán, pues, a la espera del TSJC.
Dos años de lucha
“Qué me va a pasar más?”, se preguntaba en mayor de 2014 tras sufrir el ictus con las complicaciones explicadas y ya con las patologías genéticas diagnosticadas. “Estuve un mes y medio en la UCI y en ‘neuro’ ingresada. Me dieron el alta porque el tapón en el hemisferio derecho se había deshecho. No llevaba bien el proceso: no podía caminar bien, ni hablar bien ni entender siquiera lo que hablábamos. Me tropezaba, caía, me costaba ver bien. Un brazo no lo movía, iba con la pierna arrastrando. Tuve que asumir que no podía contar, calcular, no sabía cosas tan básicas como en qué día o mes estaba. No podía hacer vida normal. Y ahí vino el machaque”.
Tras un año y medio de baja, recibe por carta el alta: “Me dijeron que estaba perfectamente bien e insistían en mis posibilidades de recuperación aunque no tuviera ni un euro, trabajo no cómo pagar mi medicación”, dice López que se gastaba unos 60 euros de media al mes en medicamentos. Su padre le mantenía hasta que vio claro que la situación no podía seguir así; y allí se fue, como un instinto, de repente, a acampar a las puertas del ICAM: “Me fui allí pensando que no habrían entendido el caso, que era un error. Recibí una lluvia de solidaridad y de apoyo”. Sin embargo, mientras amigos y sindicatos ofrecían su apoyo con comidas, cenas o simplemente compañía, la acampada derivó en una hostilidad excepcional hacia su persona por parte de la institución.
“No querían ni verme”
“Se reunieron con mi abogada, del Colectivo Ronda, y a mí no me dejaron subir. No querían ni verme, ni dejarme hablar. Decían que no había nada que negociar”. Llegaron, en la última reunión, a una “especie de acuerdo” que, sin hablar de su enfermedad, recogía una nueva tramitación del caso a cambio de que abandonara su acampada en las puertas del ICAM, entonces liderada por la subdirectora Consol Lemonche, quien sería, precisamente, despedida en junio de 2016 por su gestión. “No tenía dos dedos de frente”, explica López. “Le dije, por ejemplo, que estaba yendo a una psiconeuróloga de Bellvitge a hacer unas pruebas en las que podría ver que todo lo que alegaba en relación a las secuelas en memoria o cálculo era real y me contestó: no si ya sé que saliste del hospital y ya vi cómo te habían ido, a lo que su abogada le dio un codazo, porque es ilegal que ellos miren tus informes médicos sin que tú lo hayas solicitado. Hasta ese punto llegaba su vacilonería y altanería”. El ICAM, de hecho, denunció a Naty López (La Generalitat se sumó a la demanda) por presunta coacción, por daños y perjuicios por estar acampada en la sede. Demanda que quedó archivada.
López dejó de acampar a la espera de su nueva revisión. Pero al mes y medio, le envían otra carta con otra alta médica, lo que le obligó a llevar el caso a la Justicia. “Perdimos a primera instancia. La doctora que me visitó del ICAM dijo cosas como que no estaría tan mal a nivel de dolor si solo me daban Paracetamol, cuando es así, precisamente, porque tengo prohibido por mis patologías tomar otras cosas más fuertes, que van en mi contra. O alegó que no estaría tan mal si no me habían hecho terapias de electroconvulsión o electroshock. No se sí venía de la Inquisición. El caso es que lo único que hacían era provocar”.
Meses después, este verano, el caso llega al Social número 17 que, con una forense de Justicia y, por tanto, con mayor imparcialidad, le dan la razón, como decíamos, con el reconocimiento de la incapacidad total permanente: “Recurriremos a la Absoluta. Esta baja me exime de hacer mi trabajo y me da una prestación que no obliga a mi padre a seguirme manteniendo. Puedo, según la baja, encontrar otro trabajo. Pero no sé qué puedo hacer. Me cuesta desplazarme; cojo bajas constantemente por las patologías que tengo; voy al médico o cada día o día sí y día no; tengo mil taras y complicaciones por las alteraciones genéticas y por la medicación […] Más quisiera yo que todo fuera una broma, que me lo estuviera inventando y que fuera una exageración. Pero me ven neurólogos, cardiólogos, neumólogos, medicina interna de riesgo vascular, digestólogos, ginecólogos, psiquiatras, psiconeurólogos…”.
PAICAM, el éxito de Naty
Si algo queda positivo, según López, de todo este proceso es la creación de la Plataforma de Personas Afectadas por el ICAM (PAICAM) con el objetivo, según define la misma entidad en su constitución, en enero de 2016, de “visualizar el trato inhumano y el funcionamiento injusto de este organismo evaluador de la sanidad catalana”.
Una plataforma que parte del caso de López y que se ha convertido en un punto de encuentro de afectados por “altas injustificadas del ICAM”, pero también de afectados por otras causas: “El haber ganado me ilusiona mucho, no tanto por mí, que no va a cambiar mucho mi vida, sino porque abre muchos caminos a otras personas.
Que tengan esperanza y pierdan el miedo por esta institución”. De esta manera, PAICAM orienta a los asistentes ante la actual situación, excepcional en España, en la que el INSS paga al ICAM, mientras que ésta, según López, no responde tanto a criterios médicos sino a otros más economicistas: “Hay cosas que, como colectivo, no nos cuadran, más allá del trato humillante que dan en ocasiones o la falta de profesionalidad de los médicos que te visitan”. Acabar con esto es, hoy por hoy, la principal lucha de López junto a su enfermedad, que le obliga a estar siempre alerta y vigilante y le condena, pese a no contar con la Absoluta, a vivir una vida tranquila rodeada entre dos de sus pasiones, sus gatos y sus plantas. III