Hasta ahora mismo no ha habido indicios de la respuesta, salvo un par de tweets del president, otro de Junqueras, alguna declaración aislada de consellers y un par de cartas de la CUP y de la ANC. En el 95% de esas intervenciones se da a entender que el requerimiento de Rajoy ha sido considerado, en el peor de los casos, una humillación y, en el mejor, un ultimátum con la amenaza del 155 sobre la mesa.
Todo apuntaría, de confirmarse esa tendencia, a que lo del día 10 fue un ligero paréntesis de horas y que estamos en las vísperas de la proclamación que no se produjo entonces.
Mi modesta impresión es que tal eventualidad no se producirá, a no ser que la enajenación alcance cotas nunca vistas. Porque ¿qué sentido tendría proclamar la república catalana en este contexto actual de horizontes abiertos, aunque sean lejanos y brumosos, si no se hizo cuando lo único que había en el horizonte era la perspectiva del huracán? ¿qué sentido tendría volver a la situación de tensión máxima del día 10, tras el terrible coste que supuso decepcionar a la gente que esperaba ansiosamente algo que no llegó y que difícilmente podrá olvidar? ¿Acaso era previsible en tan solo 48 horas un cambio de postura en el gobierno central aunque se produjera el frenazo en la proclamación de la república?
Lo importante, la reforma
Desde luego, si alguno de los bandos se mueve hoy en una nebulosa de difícil comprensión, ese es el independentista. Y quizás lo más urgente sea abandonar, como apuntaba ayer mismo, el terreno del desconcierto sobrevenido o buscado, porque ha llegado el momento de la máxima claridad. Y para ello nada mejor que, con las fuerzas todavía más o menos intactas en ambos bandos, se inicie un escenario de concertación que, en mi opinión, solo puede circular por un único carril, el de la reforma constitucional sin vetos previos y con garantías.
Y ese diálogo debe incluir necesariamente un mecanismo constituyente que garantice el respeto de las posiciones nacionales minoritarias y el acuerdo de revisión de las causas judiciales pendientes, que debiera terminar, tras el acuerdo, con una amnistía o un indulto por parte del gobierno central. Y ello, con un compromiso previo de que no variarán ni los mecanismos ni las condiciones de la negociación constituyente sean cualesquiera que sean los resultados electorales en las autonomías o en el conjunto del Estado, en virtud de los procesos electorales que se desarrollen en el interín.
Lo curioso del ‘impasse’ en el que nos encontramos es que no ha habido nada más sobre el tema esencial. Todos los interlocutores le dan una importancia extraordinaria a la respuesta de Puigdemont y casi ninguna al anuncio de Sánchez sobre las comisiones de estudio y reforma del problema mayor del Estado, que es el encaje territorial. Es evidente que mover la cuestión constitucional aterra a los poderes constituidos porque en esta ocasión no se podrán poner sobre la mesa las cortapisas esencialistas que existieron en 1978. Hoy no salimos de una dictadura tutelada por el ejército y hoy no valen cataplasmas sobre la organización territorial del Estado. Hoy todo debe ser posible si hay acuerdo y por eso es imprescindible que el debate tenga en cuenta las aspiraciones reales de todos los actores en presencia, nacionalismos históricos incluidos.
Y lo más importante, una reforma de la Constitución en la España actual abre el eterno debate sobre monarquía o república, que ya no se podrá hurtar por más tiempo a los españoles.
La coherencia y el seguidismo
De todo eso aún estamos demasiado lejos. Tanto, que es posible que, según como vayan las cosas, ni siquiera se inicie el proceso. El peligro de que Puigdemont conteste sin contestar, existe. El peligro de volver al decorado del día 10 no se ha diluido y, por lo tanto, la aplicación del 155 tampoco, con lo que regresaríamos a los peores escenarios.
Hay muchas voces en el Estado que piensan que el independentismo quiere víctimas, en la línea de lo ocurrido el día 1, y hay muchas voces en Catalunya que siguen pensando que la única manera de desplazar el problema del ambiente doméstico al internacional es provocar pavor en Europa concitando a los nacionalismos soterrados de los Estados-nación, a través de una declaración unilateral de independencia que obligue a la represión y ponga a flor de piel las contradicciones entre democracia, libertad y derecho a la autodeterminación de los pueblos.
En esta línea andan la ANC y la CUP. El diseño de la CUP es coherente porque son los únicos que se dolieron de la decepcionante actuación del govern. Lo de la ANC ya es más lamentable porque azuzan; si los decepcionan, lo justifican, para a continuación volver a azuzar. Es la asamblea de las mil caras de la mano de su presidente, capaz de decir con la misma pasión, que la independencia es una obligación y que su suspensión es bien comprensible.
De la mano de la CUP se puede ir al precipicio o a la cima con bastante dignidad en ambos casos; de la mano de la ANC se puede ir al cielo o al infierno con la sonrisa en los labios sosteniendo con gusto el portafolios del ejecutivo, sea lo que sea lo que lleve dentro.