Ahí se han de debatir, respectivamente, las resoluciones que propone Puigdemont a través de Junts pel Si, y la aplicación del 155 en el Senado que ha promovido el gobierno de Rajoy con el apoyo de PSOE y Ciudadanos.
Todavía pueden pasar cosas inesperadas pero ya asoman las posturas en medio del ruido de voces que a ambos lados del cuadrilátero claman por el choque violento, mientras que los preparadores masajean a los púgiles y los animan para que ninguno de los dos tenga que doblar la rodilla ni ellos tengan que tirar la toalla. La mejor versión del combate del siglo sería un mach nulo. Y para eso, el aspirante debería convocar elecciones, ya apenas importa el nombre, y el campeón aceptar que eso sea suficiente para no arrancar el motor de la apisonadora.
A última hora de ayer martes, los jacobinos del PP se repartieron los papeles para intentar humillar a Puigdemont, pero para mí que es un teatrillo montado para que sea sensible a las razones de los blandos, que en el fondo son las que todos desean y, de paso, para que vea que hay radicales en todas partes y que de lo que se trata, justamente ahora, es de no dejarse distraer por los extremos para fijar la atención en el centro del ring.
La sensación, aunque ya afirmo que todo podría cambiar en minutos si se desencajan las piezas, es que el jueves por la mañana comenzarán las sesiones en el Parlament catalán, con todas las quejas y los lamentos encima de la mesa; por la tarde irá Puigdemont al Senado a presentar sus alegaciones y sobre todo a hacerse oir y a debatir bilateralmente, por primera vez de manera pública, con el presidente del gobierno, y el viernes, ya en Catalunya, antes de que el Senado decida nada, convocará elecciones, las que sea, y el Senado aceptará posponer la aplicación del artículo nefando.
Todos esos movimientos deben estar a estas alturas más o menos calculados por ambas partes pero hay tantos imponderables en todas estas comparecencias y escenarios, que todo podría sucumbir en un abrir y cerrar de ojos, porque cuando uno parpadea, deja de ver en unos instantes lo que ocurre a su alrededor. Y alrededor de Puigdemont hay tantos elementos sutiles —muchísimos más que en el ángulo del gobierno— que el peligro será latente hasta el final.
Una de las claves es que Puigdemont sea recibido, tratado y respondido como lo que es, el president de un país que se siente ultrajado y ofendido, y no únicamente como un golpista que ha intentado destruir España. Pero tampoco puede esperarse de Rajoy que actúe como una alma en pena dispuesto a aceptar que todos los conflictos los ha generado él. El clima va a ser determinante una vez más, tanto como el mensaje.
La oportunidad del Senado
Puigdemont puede ir al Senado a descargarse de culpas pero su imagen de estadista aumentaría si junto a sus razones expusiera además las líneas que habría que poner en marcha para negociar un futuro estable para Catalunya, abandonando, ni que fuera al final del recorrido, la idea hasta ahora irrenunciable de la separación. No creo que haga falta en este punto en el que ahora estamos renunciar a nada, pero creo que es imprescindible estar dispuesto a negociarlo todo.
Iceta ayer, en su estudiada aparición en el Club Siglo XXI de Madrid, volvió a poner de manifiesto su indudable talla política yendo bastante más allá de la coyuntura concreta del 155.
Afirmó que, en sus dos reuniones de estos días con Puigdemont, había manifestado su esperanza de que la comparecencia en el Senado abriera el diálogo tantas veces reclamado y nunca hecho realidad. En efecto, sería una oportunidad de oro que el president no tendría que desaprovechar, ir a Madrid a abrir caminos, no a presentar un compendio de quejas y reproches que a estas alturas son inservibles y perjudiciales. Puigdemont debiera ir a Madrid a sorprender a todos con la apertura de negociaciones abiertas desde el punto cero y, por lo tanto, con el máximo respeto a la legalidad.
Incorporando en su demanda que el punto cero lo sea para todo: para las medidas que le presentó en su día el president Mas; para volver a la restauración del Estatut del 2006 que se aprobó en las urnas; para el blindaje de todo cuanto corresponde a la lengua y a la cultura; para el estudio de un sistema de financiación solidario pero suficiente; para la apertura de un plan de infraestructuras que resuelva los lacerantes déficits de Catalunya como país, incluida la activación inmediata del corredor mediterráneo; para revertir con medidas especiales el éxodo empresarial; para resolver las demandas judiciales y del Tribunal de Cuentas sin que haya perjudicados objetivos y sobre todo para fijar unas reglas útiles que permitan que los nacionalismos periféricos tengan capacidades reales de influencia sobre las decisiones en torno a la Comisión Territorial y a la Reforma ulterior de la Constitución.
En la línea, claro está, de desarrollar un Estado federal abierto en el que todas las regiones y naciones que se sientan como tales, se reconozcan entre sí y se manifiesten cómodas en la realidad común.
Todo es posible
Me temo que es pedir demasiado, tal como han ido las cosas. Reconozco que con estos interlocutores llegar a ese extremo es bastante complicado porque ha habido demasiadas afrentas y demasiado largas en ambos bandos y quizás cabría ser más modestos y simplemente parar el litigio e ir a elecciones. Pero como que soñar no cuesta nada, ahí está mi sueño.
Es bien cierto que podría pasar todo lo contrario. Que el jueves por la mañana se declarara la DUI, que por la tarde Puigdemont se convirtiera en el heraldo de las afrentas en el Senado y que sufriera el bochorno de ser ninguneado en público. Que el viernes se pusiera en marcha el buldócer del 155; que no solo no se convocaran elecciones sino que se anunciaran de inmediato querellas por rebelión y amenazas de detenciones; que se convocara una huelga general política indefinida en Catalunya; que se suspendieran las funciones de Interior y que se obligara a los Mossos de Esquadra, y al resto de policías en presencia, a hacer frente a los manifestantes.
Tanto lo uno como lo otro podría pasar en 48 horas. Tanto lo uno como lo otro provocaría daños, frustraciones y afrentas en algunos colectivos. Mi impresión es que esto último es inevitable. Habría que pensar no cómo les afecta, que seguro que es mucho, sino a cuántos afecta. Y elegir, en términos cuantitativos y cualitativos, lo menos doloroso.