Pensándolo más detenidamente, en un barrio de restaurantes puestísimos donde hace unos años descubrí precisamente las cartas estampadas en lettering (y que algún estudio de marketing molón ha democratizado trabajando a volumen), en realidad sí lo es. Vaya si lo es.
Carta, carta, en verdad, sí que tienen. Pero yo la describiría como la libretilla de la casa de comidas actualizada a una versión 3.0 rendida a la inmediatez digital; es decir, proyectada sobre la pared desnuda, de la que ‘caen’ los platos según se acaban. Todos son de cocina de mercado –lo que ha comprado el chef ese día- por lo que son finitos y siempre abiertos a la sorpresa. Igual te sientas y, en ese momento, ¡buf! La última parpatana con piquillos abandona la cocina y viaja a una afortunada mesa. La cosa promete.