El otro día, conocí una persona de 39 años que ha iniciado un proceso de conversión al catolicismo, con un deseo sincero de vivir y acercarse a la Eucaristía. Me comentaba, un poco sorprendido, que cuando lo comunicó a su familia y amigos, la reacción fue de extrema distancia a su experiencia: ¿te pasa algo raro?…a esta edad, a estas alturas…que la religión es algo del pasado… no te hace falta creer en Dios para vivir…, etc. Una persona con estudios universitarios estaba comenzando a descubrir que el camino de la fe es un caminar a contracorriente en la cultura o civilización contemporánea.
No hace falta ser muy observador para percibir que la fe es presentada como un recorte de tu libertad o empobrecimiento para avanzar en el progreso social. Una mentira, que de tanto repetirla, ha cuajado en muchos ambientes de la enseñanza y, por tanto, de la cultura de las jóvenes generaciones.
No entraré en más detalles sociológicos; quisiera proponer a todos, creyentes o no, una buena meditación “cuaresmal”. En un mundo proyectado al exterior de uno mismo, a las sensaciones, al resultado inmediato, al placer sin medida, a un vivir sin sufrimiento, sin responsabilidades ni compromisos…, os propongo una mirada diferente sobre estas realidades, una pregunta que intentemos responder sin improvisaciones: ¿Quién soy yo? A algunos les puede asustar semejante planteamiento, toda una osadía para la cultura actual. La respuesta no puede encontrarse sin una gran dosis de “humildad” y de realismo. Una mirada interior sin máscaras, sin disfraces y sin maquillajes que no distorsionen una percepción sincera y honesta. Posiblemente, la respuesta requerirá de años o… de toda la vida, pero la búsqueda de esa respuesta nos ayudará enormemente a establecer una justa, pacífica y libre relación con nuestro entorno, especialmente, con las personas más cercanas.
La religión ayuda al ser humano a plantearse esta pregunta u otras semejantes, sin miedos, ni complejos de inferioridad. Es un sano ejercicio para despejar tantas mentiras sobre nuestros “egos”; no deberíamos nunca olvidarnos de nuestra frágil existencia, de nuestras precarias seguridades, de nuestras acciones cuotidianas que nos alejan de la auténtica humanidad (dicho de otra forma “el pecado”). Cuando comenzamos a acercarnos a las repuestas, se inicia una catarsis hacía una mirada más simple, agradecida y alegre sobre la historia y el presente de nuestra coexistencia, más allá de si nos gusta o no, de si lo entendemos o no.
Para el creyente, la Cuaresma es una oportunidad para intensificar la búsqueda de esta respuesta, es una toma de conciencia de mi realidad pobre y miserable. La Pascua es la respuesta que Dios nos ha ofrecido en Jesucristo. III