Con mayor frecuencia, de forma directa o indirecta, nos llegan noticias de “suicidios”. Personas de diferentes clases sociales, de diferentes niveles culturales, de diferentes “estatus” económicos… deciden poner fin a su vida de forma unilateral. Es la mayor causa de mortalidad entre personas de 15 a 45 años en nuestro país. Un dato no publicado, ni comentado en los medios de comunicación. La argumentación de este silencio mediático se resume en no publicitar esta actitud autodestructiva.
Hace escasos días fue encontrado muerto un famoso “disc jockey “, el sueco Tim Bergling, más conocido por “Avicii” de 28 años. Su frenética vida llena de alcohol, drogas y de actuaciones de más 60 horas, le ha conducido a esta muerte prematura. Una forma, más o menos consciente, de autodestrucción. No ha sido una acción directa, sino el ritmo de vida desenfrenado y fuera de control. Otra forma de “suicidio” enmascarado por el precio de la fama.
Evidentemente, no seré yo quien juzgue dichos comportamientos, pero me gustaría despertar una conciencia reflexiva sobre esta realidad, mucho más común de lo deseable. ¿Por qué el aumento de suicidios? ¿Por qué la pérdida del valor de la vida? ¿Por qué tanta decepción y amargura? ¿Por qué tanta incapacidad de sufrir? ¿Por qué esconder un síntoma de fracaso social y moral, sin entrar en un análisis más preciso y sin miedos? En fin, ¿por qué dar la espalda una realidad que nos grita a nuestras conciencias?
Esta sociedad occidental ha conseguido grandes logros técnicos, médicos y de bienestar; la cultura está al alcance de mucha población; las leyes protegen gran parte de las desigualdades (no todas); estamos mejor comunicados que nunca; alcanzamos cuotas de información inmediata; …pero ¿quién nos enseña a ser felices? ¿a valorar y disfrutar de las cosas cuotidianas y normales? Cada día necesitamos más y costosas sensaciones para el disfrute de la vida. El ser humano busca en el consumo su dosis de felicidad, ya sea por la adquisición de bienes como por la búsqueda de un placer inmediato y desmesurado, exento de toda contrapartida: responsabilidad y compromiso.
Está desapareciendo el hombre reflexivo y aparece el hombre sensitivo o instintivo. Esto me gusta, por lo tanto es bueno; esto no me gusta, por lo tanto es malo. La incapacidad de afrontar las dificultades del camino de la vida nos conduce a un nuevo hombre, que huye del sufrimiento aún a costa de su vida. Este infantilismo conductual comporta unas consecuencias, que son visibles en las relaciones interpersonales. Los fracasos y los éxitos son percibidos de forma totalitaria y absoluta; mientras en unos se enaltece la soberbia autorreferencial, en otros nos hunde en una profunda decadencia y pérdida de la autoestima.
Recuerdo un texto que podría ayudarnos a dejar de auto contemplarnos y mirar a valores más referenciales y más altos, capaces de ofrecernos un descanso y una paz que no encontramos de forma habitual en nuestro frenesí afectivo, profesional, familiar, económico, etc
“En aquel tiempo, tomando Jesús la palabra, dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños.
Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito.
«Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera.» (Evangelio de San Mateo 11, 25-30)”.