A Carlos Boyero este “Jurassic World” se la refanfinfla:
Tengo la sensación de que el guion es lo que menos importa en el actual cine de aventuras. Incluyo a “Jurassic World: el reino caído”. Tampoco es trascendente la personalidad del director. Yo creo que las realizan una lista interminable de ejecutivos. O simplemente, los ordenadores. Y, cómo no, es fundamental el trabajo de los publicistas, merchandising y creadores de videojuegos. El resultado final no me otorga ni frío ni calor.
De Luis Martínez, que le ha gustado, destaco este párrafo por su profundidad y que no se puede leer comiendo palomitas:
… Pues bien, lo que hace el filme de J. A. Bayona es colocarnos en el otro lado, dar un paso más hacia el mismo abismo. Ahora, en esta quinta entrega, lo que importa no es tanto la meticulosa reconstrucción del monstruo, que también, como el valor de su existencia en el sentido más íntimo. Existen sí, pero dentro de nuestras peores (o mejores, según se mire) pesadillas; existen por la sencilla razón de que ellos “somos” nosotros. Y ésta sí es la prueba irrefutable de su perfección.
Nando Salvá no le da un pescozón, lo cual significa que está a favor:
Entiende (Bayona) que Más no necesariamente significa Mejor, y que acumular escenas de acción cada vez mayores carece de sentido a menos que cumpla una función dramática y no meramente estética. Bayona está menos interesado en escenificar destrucción que en generar tensión y, en ese sentido, la película en su conjunto puede verse como un catálogo variado de métodos para mantener al espectador con las uñas clavadas a la butaca.
José López señala lo que tiene la película, y le augura futuro:
Mantiene a los dos protagonistas de la anterior entrega. Y hay que decir que es una película muy entretenida, no tiene ni un solo segundo de relleno. Es un blockbuster que funciona, no da gato por liebre como en muchos otros casos que son puro hype. Su ritmo es trepidante. El final nos pone en antecedentes de lo que sucederá en la siguiente entrega, genera expectación. En este sentido hay que decir al público que se mantenga en sus butacas durante los títulos de crédito ya que cuando acaban hay una escena breve, pero que no hay que perderse.
Nuria Vidal le busca la tecla que hacía funcional a los monstruos clásicos:
No es necesario inventar nada si uno sabe reinventar lo que ya existe. King Kong sigue en la memoria, reconvertido ahora en una dinosauria entrañable. Y la cuestión ética de Frankenstein vuelve a aparecer en toda su grandeza: ¿Podemos crear vida? ¿Ésta vida creada artificialmente tiene los mismos derechos que la que no ha sido creada? ¿Qué debemos hacer? Todo ello servido con emoción, intensidad, ritmo, en un castillo encantado con princesa y dragón.
Es interesante la aportación de Jordi Batlle, que le encuentra más teclas aún:
Muy sutilmente se aproxima al (universo) de Indiana Jones: Chris Pratt rodeado por la lava como el valiente arqueólogo por la marabunta en la cuarta entrega de sus aventuras o irrumpiendo puños en ristre en la delirante escena de la subasta de dinosaurios.
Oti Rodríguez Marchante encuentra lo obvio, una gran mansión:
Bayona exprime el espacio de la Isla Nublar hasta que le entrega su última gota, y tiene aún la osadía de encontrarle a sus monstruos un territorio más clásico y propio del cine de terror: una gran mansión, y es ahí donde demuestra personalidad como director y le ofrece a un descolocado espectador una magnífica ensalada de brutal tensión, espectacular incoherencia argumental, dudas existenciales y ecológicas (¿aprieto o no el botón rojo?)
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De los otros estrenos desmigamos algunos que salen bien parados en el vistazo de la crítica
Jordi Costa le busca algunas cosquillas a la rusa “Salyut 7”:
A la película de Shipenko no le sientan demasiado bien ni la naturaleza intrusiva de una banda sonora con periódica tendencia al subrayado, ni esos picos enfáticos que amplifican el dramatismo de alguna situación recurriendo a la imagen ralentizada, pero, en su relato, logra armonizar claridad narrativa y sentido del espectáculo, al tiempo que fija un imaginario, burocrático y austero, que contrasta visiblemente con el modo en que Estados Unidos ha intentado forjar, a través del cine, su propia mitología aeroespacial.
Nando Salvá no solo las busca, sino que las encuentra:
Su punto flaco es el factor humano, porque todos los personajes son unidimensionales –hay héroes, villanos y mujeres florero— y por el abuso ocasional del sentimentalismo. Mención aparte merece la música que suena incesante y atronadora desde la banda sonora, de una rimbombancia difícilmente soportable.
Otros, como Federico Marín, se han fijado en “Normandía al desnudo”, de Philippe Le Guay:
No se puede añadir nada mejor de lo que ya dice su apellido. Hace películas simpáticas y cuenta historias amables que se ven sin un mal gesto.
También Alberto Bermejo:
El relato salta de unas peripecias menores a otras jugando torpemente con el puritanismo de unos, las viejas rencillas territoriales de otros o los bobos escarceos amorosos de alguna nueva pareja. Tal dispersión ningunea el atractivo de un costumbrismo más tópico que sugerente y de un valor reivindicativo que queda lejos de la eficacia resultona de Full Monty o Las chicas del calendario, sus referencias más directas.
Lluis Bonet habla de “Petitet”, un documental sobre este fabuloso personaje empeñado en llevar la rumba al Liceo y con una orquesta sinfónica:
Petitet combina muy oportunamente música y sociedad, vida y esperanza, ilusiones truncadas y también conseguidas gracias a la perseverancia. Tal vez hiciera falta un pequeño recorte en su metraje, que se prolonga en exceso, pero Carles Bosch vuelve a plasmar la realidad y los sueños en inspiradas imágenes.
Y Sergi Sánchez pasa de dinosaurios y se fija en “Marguerite Duras. París 1944”, y habla de la escritora y de su cine (“una larga meditación sobre las relaciones entre imagen y texto”), desde “India Song” hasta “L’homme atlantique”. Y habla también de esta película de Emmanuel Finkiel:
No es extraño que Finkiel haya adaptado “El dolor”, la novela semiautobiográfica que Durás publicó en 1985 sobre la espera que la consumió en París durante poco más de un año, al final de la guerra, con la ilusión de que su marido, Robert Anthelme, héroe de la Resistencia, volviera vivo del campo de concentración de Dachau.
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La próxima semana no se anuncian grandes, grandes estrenos, o sea que el dinosaurio seguirá tapándole el bosque al personal.