(Foto: Lourdes López).
Lourdes López | Miércoles 11 de julio de 2018
Colella nos entrega experiencias sabrosas. La cocina tradicional italiana es así (o debería ser así). Pero con desmedida frecuencia quienes no hemos viajado lo suficiente la asociamos a la pasta y la pizza. La hispanocatalana está también llena de matices. Si juntamos estas dos grandes tradiciones bajo la divertida mirada de un chef perfeccionado en los exigentes restaurantes de hotel, tenemos un guiso interesante, excepcional. Tenemos un italiano con un plus (como Due Spaghi, Como Xemei, como Le Cucine Mandarosso…) que puede presumir a las pocas semanas de apertura de tener todas las mesas llenas un lunes de julio a las 21.00 h. Poca broma.
Roberto Colella primero supo expulsarse ese rictus hotelero que tienen los chefs que han trabajado en cocinas muy industriales. Las prisas, la mecánica de la falta de tiempo, el volumen. Y, después, ha sabido crecer. En Meneghina, su primer pequeño restaurante del Born abierto hace cuatro años, el espacio físico era finito y entre el público -aunque también local- acababa predominando el turista. Ahora, da un paso más en el Eixample (en ese primer tramo de Pau Claris después de cruzar la Diagonal dirección al mar).
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