La familia está en crisis: el individualismo está ganando terreno en la convivencia familiar; la pérdida de la identidad, tanto en el padre como en la madre; es manifiesta y exportable culturalmente; no es defendida por aquéllos organismos que deberían protegerla de los numerosos ataques hacia ella; es decir, en las sociedades más opulentas y autosuficientes, la familia está siendo substituida por la “mamá o papá” estado.En mi observación personal de la realidad, expongo unas reflexiones en voz alta:
1.- La familia como expresión cultural o ideológica. Hoy, circula un planteamiento dañino y erróneo: todo es familia. Las etiquetas que habitualmente colocamos no ayudan a clarificar la misión y la responsabilidad que de ella deberían suscitarse: familia tradicional o moderna, familia monoparental, familia hetero o homosexual, familia como concepto legal o como concepción natural, la familia matriarcal o patriarcal, etc.
2.- Confusión de los roles educativos de los padres. La sociedad actual imprime un cierto ritmo frenético en lo laboral y en lo educativo. Los espacios de diálogo, convivencia e interrelación escasean de forma preocupante. No hay una presencia real del padre o de la madre en la transmisión de valores; el cansancio y el estrés dificultan esta responsabilidad. Si a ello, añadimos la destrucción de tantos matrimonios, el desgaste y las carencias se acentúan. El padre y la madre, cada uno en su “rol”, deben ejercer su función educadora y transmisora sin complejos, convirtiéndose en los primeros referentes tanto en la corrección de los errores como en la potenciación de sus capacidades.
3.-La desprotección legislativa del ámbito familiar. En muchos casos, la incompatibilidad horaria entre los padres e hijos dificultan los espacios de relación. Las leyes deberían defender en el plano económico las excesivas presiones que sufre el núcleo familiar. No debería ser incompatible el desarrollo profesional de los cónyuges y la educación presencial de los padres. La familia debería ser considerada por el Estado un “bien común” de permanente y prioritaria defensa por los frutos que a todos nos reporta. Debilitar la familia es, al mismo tiempo, debilitar la sociedad y la convivencia. La familia es una comunidad entre diferentes, con anhelos, sensibilidades y objetivos diversos pero con una misma base que la fortalece: el amor.
4.- La familia, algo más que una institución civil. No deberíamos olvidar que la familia no la he elegido yo, forma parte de mi historia personal. Cada miembro que la compone no es fruto de la casualidad, la suerte o el azar; somos engranajes de algo mucho más importante. En la familia nos educamos en el amor: aprendemos a obedecer, perdonar, compartir, escuchar, servir, acompañar… Se convierte en la mejor escuela de humanidad. La familia transciende al orden civil, ideológico y legal, forma plan de una realidad que ¡ojalá! nos permita descubrir la familia humana de la que participamos, con una mirada más abierta y humilde a la familia de Dios, donde nos reconocemos hermanos e hijos de un mismo Padre. La familia, según el Concilio Vaticano II: Iglesia doméstica, ha sido, es y será siempre el mejor espacio para transmitir la fe en Aquel que nos enseña a agradecer nuestra historia, la familia en primer lugar.