Estas palabras de Ferran López, el número dos del CME (Cuerpo de los Mossos) en aquellos días del 2017, pronunciadas ayer en el juicio del procés, explican suficientemente por qué solo hubo policía y guardia civil desalojando colegios por la fuerza en la mañana del 1 de octubre. Lo explican más incluso que la desconfianza que puso de manifiesto el Coordinador del operativo nombrado por el gobierno Rajoy sobre la voluntad de los mossos para hacer frente al referéndum.
Las interpretaciones, desde luego, son libres, y los mossos es evidente que no interpretaron que las actividades que ese día se produjeron en centenares de centros escolares que al día siguiente estaban llamados a convertirse en colegios electorales, tenían nada que ver con el referéndum. Hoy, el comisario Molinero que también acaba de testificar, ha sido todavía más conciso: como no se detectaron ni ordenadores, ni papeletas ni urnas, no se intervino, porque nada objetivo hacía prever que las actividades en las escuelas tuvieran algo que ver con el 1 de octubre. Excepto… por un detalle, que no podía pasarle desapercibido a nadie. Esas actividades de tarde y noche, en las que se organizó de todo, sirvieron para convocar a decenas de personas que seguían allí por la mañana dispuestas a ejercer su voluntad de voto. Ya estaban en los centros electorales y habían pasado, en muy pocos minutos, de teóricos participantes en las actividades extraescolares a potenciales votantes del referéndum ilegal. Hasta ese momento, hasta el momento de abrirse los colegios en la mañana del 1 de octubre, no había papeletas, ni urnas ni ordenadores, pero había gente. Únicamente con papeletas, urnas y ordenadores no se puede organizar un referéndum, sobre todo si la policía impide que lleguen los votantes. Si los votantes ya están y alguien trae escondidos los ordenadores, las papeletas y las urnas, se monta un 1 de octubre en toda regla, sobre todo si los que ya están, se encargan de parapetar la llegada de esos instrumentos imprescindibles para votar.
Está claro que los mossos dejaron hacer porque no interpretaron que cientos de personas pasando la noche en los colegios, estaba relacionado con lo previsto para el día siguiente. Pero no fueron ellos solos. La policía y la guardia civil también dejaron hacer. Especialmente porque desconfiaban de los mossos y querían demostrar, a la mañana siguiente, que solo ellos estaban dispuestos a obedecer las órdenes de la justicia. Aquí todos jugaron a lo suyo.
Los unos, a no implicarse en algo que resultaba complicado y perjudicial en dos aspectos: en el primero, porque era ponerse a mucha ciudadanía y a muchos poderes (el ejecutivo y el legislativo, por lo menos) en contra. En el segundo, porque era absolutamente irrealizable lo que proponía la juez: ni eran claras las instrucciones, ni eran posibles las medidas.
Los otros, a implicarse únicamente cuando se podía poner de manifiesto que actuaban solos y que los mossos, esas fuerzas de seguridad dependientes de quienes actuaban ilegalmente, no estaban dispuestas a comprometerse.
Los mossos jugaron al despiste y la policía y la guardia civil a ponerlos en evidencia. Ambos consiguieron su propósito. Por eso ahora los mossos, reparten conjeturas por todos lados y la policía y la guardia civil concentran los reproches en ellos y en quienes los mandaban. Aquí no hay inocentes en ninguno de los bandos.
Esta parte de las declaraciones de los testigos ha sido interesante porque lejos de aclarar lo que ocurrió, explica que no podía ocurrir de otra manera porque ambos tenían el mismo propósito: poner en marcha el ahumador para que todo se viera bastante turbio y se olvidara pronto. No sé si contaban con todo lo que vino después, incluidas las acusaciones y este juicio. Probablemente, de haber sido así, unos y otros hubieran actuado de distinta manera.
Ha habido otras partes interesantes en las declaraciones de los ayudantes de Trapero. La principal de ellas, reiterada por los dos comisarios, se refiere a las palabras que dejó ir al final de una de las reuniones el president Puigdemont: cuando los mandos del CME le dijeron que podía haber violencia si no se paraba el 1 de octubre, Puigdemnont se arriesgó a decir que si hubiera violencia proclamaría la independencia unilateralmente. Hubo violencia y se proclamó, pero al cabo de bastantes días.
Lo significativo de esas palabras no es que hubiera violencia y que por eso se proclamó, sino que Puigdemont amenazara con algo sobre lo que en ese momento no tenía mandato alguno. Siempre se dijo que la independencia vendría después de un referéndum, no después de cualquier violencia por impedirlo. Después del referéndum (un referéndum formal y homologable) podía haber un mandato según lo que dijeran las urnas, pero antes… antes Puigdemont no podía siquiera permitirse el lujo de ese tipo de amenaza. Como no fuera que no se trataba de una amenaza sino de una estrategia.
De hecho, ya todo el mundo lo entiende así. No hay nada ni ha habido nunca nada que negociar. El fin último y único es la independencia de Cataluña. Y lo ha sido siempre. Desde el primer día y hasta hoy. Por eso lo del referéndum es simplemente una añagaza, un elemento instrumental. No lo que legitimaría la consecuencia de su resultado. Incluso si se hiciera un referéndum legal y diera un resultado negativo, el objetivo de la independencia se mantendría inalterable en la estrategia de los independentistas. No se si eso es legítimo. Puede que si. Pero es una legitimidad irresoluble, en torno a la cual no existe más alternativa que la opinión contraria. Seguramente igual de legítima, e igual de irresoluble.
Estas cosas solo las resuelve la dialéctica. Un mecanismo de avance que ya desarrollaron en su día Platón, Hegel y Marx y que sigue tan vigente como en la época de Parménides. Y el tiempo. También el tiempo es un bálsamo para las heridas sentimentales.