Los partidos son ahora maquinarias para conquistar el poder. Tras las elecciones municipales, además de copar los ayuntamientos, los partidos logran el control de las instituciones locales de segundo nivel, como el Área Metropolitana de Barcelona. ¿Cuándo los ciudadanos podremos elegir directamente a quien lidere nuestra metrópoli? En la imagen, un aspecto de la muestra “Metròpolis de ciutats: repensar l’urbanisme metropolità” que se expone este mes en Viladecans
Joan Carles Valero | Lunes 08 de abril de 2019
Darwin demostró en la evolución de las especies que estamos programados para adaptarnos o morir en el intento. En estos tiempos de mudanzas, las compañías automovilísticas como SEAT barruntan dejar de vender tanta chapa para ofrecer kilómetros en coches compartidos. Una transformación que también debería producirse en los partidos políticos, cuya baja calidad de democracia interna se manifiesta en nuestros municipios en aspectos fundamentales como el proceso de selección de candidatos a las elecciones o los mecanismos de control de su gestión. Hasta el punto de que algunos ayuntamientos se gestionan como el cortijo de un partido.
Me llama una fuente de L’Hospitalet después de enviarme por WhatsApp una octavilla de la sección sindical de CCOO en ese ayuntamiento, en la que se denuncia que a 46 funcionarios se les ha facilitado el acceso a un máster de la Universitat de Barcelona, titulado “Experto en profundizar en la Gestión Pública Local”, pagado con dinero público. Yo le respondo que está muy bien que los funcionarios se formen para así prestar mejor servicio a los ciudadanos. La fuente se encabrita y me dice que ese máster concretamente puntúa como mérito en las bases que ha elaborado el Ayuntamiento para promocionar a ciertas personas, porque el curso no se ha ofrecido a todos los trabajadores y, por lo tanto, supone una ventaja para los elegidos.
Esta situación, según CCOO, se da en todos los masters que se ofrecen a los trabajadores municipales con posibilidades de hacerlos. Al margen de la desigualdad e injusticia en la que se incurre con esa distribución de recursos públicos solo para unos cuantos, mi fuente me dice, ya alterada, que quienes cursan ese máster por la patilla pertenecen al entorno del partido en el poder. Una práctica muy fea. Máxime cuando solo faltan dos meses para las elecciones locales del 26 de mayo. Y ya se sabe que la mujer del César, además de ser honrada, debe aparentarlo. De ahí la sospecha de que se quiere favorecer a los del propio partido que manda para dejarles mejor colocados en el caso de que se pierda el poder. Así, los electos que surjan de las urnas deberán lidiar el morlaco de unos funcionarios que pondrán todas las trabas que puedan y, además, estarán mejor pagados.
Listas solo de fieles
Igual ha ocurrido en la confección de las listas. Ante la disyuntiva de unos resultados muy igualados y sin mayorías absolutas, muchos alcaldes y alcaldesas del territorio han reclutado en las candidaturas que encabezan solo a personas de su entera confianza. No solo para que les bailen el agua, que también. El objetivo es doble, porque priorizando la fidelidad por encima de la capacidad, logran la formación de un grupo monolítico sin discrepancia interna y vacunado contra cualquier posible disidencia que pusiera en peligro el voto de un regidor, con el riesgo añadido de la amenaza de una moción de censura.
Los partidos se han convertido en los últimos tiempos en máquinas electorales con el único objetivo de ganar eficacia electoral, pero perdiendo eficacia social. La baja calidad de la democracia interna de los partidos, en aspectos tan fundamentales como el proceso de selección de los líderes y de los candidatos municipales, o la ausencia de mecanismos de control de su gestión, condicionan la baja calidad en el funcionamiento de la democracia local. Una situación que también explica cómo con el tiempo los partidos han ido perdiendo el pluralismo y la representación propia de lo que fueron concebidos, alejándose de la idea de ser mecanismos de agregación y representación de intereses de los grupos sociales.
Sin incentivos para la democracia interna
En el libro Desprivatizar los partidos, sus autores, Joan Navarro, sociólogo y vicepresidente de Asuntos Públicos de Llorente & Cuenca, y José Antonio Gómez Yáñez, sociólogo y profesor de la Universidad Carlos III de Madrid, aseguran que la baja calidad democrática del funcionamiento interno de los partidos responde principalmente a que no existen incentivos para que esto sea diferente. Una situación que lleva a que los partidos se consideren a sí mismos entidades privadas entendiendo que tienen libertad para autorregularse, hecho que las direcciones, tanto nacionales como locales, utilizan para fortalecerse internamente en lugar de facilitar la apertura buscando nuevos apoyos sociales.
Joan Navarro resalta que “la sociedad está pidiendo que los partidos actúen como instrumentos públicos, ya que la privatización en su funcionamiento está dificultando que puedan escuchar y entender lo que está ocurriendo fuera”. Por su parte, José Antonio Gómez Yáñez asegura que “existe un gran problema en el funcionamiento interno de los partidos, ya que desde hace unos años su rendimiento ha sido muy bajo, haciéndolos incapaces de relacionarse con la sociedad”. Las redes clientelares de subvenciones y de empleo en las empresas municipales y en el propio ayuntamiento, desde los servicios de la limpieza de los colegios a la oferta de masters por la cara buscan la fidelidad al líder del partido, que suele ser el alcalde o alcaldesa.
Entre las soluciones, el libro concluye que lo más importante sería reformar la ley de partidos de forma que se establezcan obligatoriamente mecanismos de funcionamiento democrático interno y derechos claros de los afiliados, así como reformar la ley electoral de forma que las primarias sean igual en todos los partidos y se supervisen por una junta electoral. Y de cara a los ciudadanos, el establecimiento de listas abiertas que permitan votar directamente a tus representantes. Una amplitud de democracia que debería alcanzar a las administraciones de segundo nivel, como el Área Metropolitana de Barcelona (AMB). ¿Cuándo votaremos quien deba liderar nuestra metrópoli en la liga mundial de las ciudades? Hay que desprivatizar también las instituciones.