Opinió

Laila, ¿neorural?

Lluis M Estruch | Viernes 05 de julio de 2019
Laila Chaabi, una hispano-marroquí, a sus 34 años ya suma una serie de vivencias campesinas, libremente elegidas; tras dudar con la Veterinaria se decidió por ser Ingeniera técnica agrícola en la vecina Escuela de Castelldefels, la que se instaló allí tras rehusarla el Ayuntamiento de Sant Boi en su zona agraria.

Ella hubiera podido ir en bicicleta al primer lugar elegido, porque ella y su familia residen en el Parc Agrari, -tras recibir una herencia materna-, se instalaron en una mejorada masía con huerta a su alrededor.
Laila colaboró con la ONG Cerai, que organizó en 2007 un “Congreso de cultivos ilícitos”, es decir, sobre los cultivos rituales de drogas en territorios acotados; aunque ahora se muestra crítica sobre la extensión de plantaciones fuera de las zonas donde sean habituales y formen parte de la cultura local.
Al acabar sus estudios, decidió con una socia poner en marcha una microempresa de cultivos ecológicos certificados y proceder a su autoventa en red a clientes y restaurantes.
Cuando el binomio asociativo funcionaba, su socia decidió abandonar en pos de unos ingresos más seguros y no tan esforzados.
Laila sufrió las consecuencias a nivel material y moral, pero su empresa sobrevivió en esa lucha más o menos exitosa que varios de sus vecinos comparten también.
Sus características comunes: son jóvenes ecologistas con talante individualista, entre ellos abundan los extranjeros, y se dedican personalmente al campo. Iniciando el cultivo y comercializando el producto final vía red digital y entregas domiciliarias.
Un tiempo después una segunda socia complementó el refuerzo que Laila considera necesario para expandir su empresa; una cosa es el cultivo directo y sus dificultades y el otro es la gestión comercial que exige una dedicación temporal importante.
Su segunda socia dejó la empresa en pos de unos ingresos mensuales en la Fundación DESOS que explota tierras cedidas en la proximidad; parece que allí tampoco obtuvo lo esperado.
Laila remontó de nuevo el vuelo y en la actualidad colaboran con ella alumnos en prácticas de una Escuela profesional de El Prat y algunos ocasionales refuerzos pagados.
Ella ha participado en cortometrajes divulgativos sobre el Parc Agrari y procura no aislarse aunque es escéptica sobre las ayudas y subvenciones que se otorgan; también es consciente del descenso del precio de la hectárea en el Parc Agrari y de que el gran cultivador, de más de 20 ha, puede vender aún en Mercabarna. No en el caso de los pequeños cultivadores, cuya supervivencia estriba en llegar al consumidor sin intermediarios. Sus cultivos son los habituales en el Delta, aunque concede que las hierbas aromáticas y de condimento para cocinas exóticas pueden funcionar como alternativa a los medianos cultivadores. Corroborando lo dicho a unos cientos de metros, los chinos compran terrenos donde se esforzarán en probar con sus cultivos propios para sus redes de restaurantes. Es un hecho.
Como lo es que al hablar de empoderamiento de la mujer empresaria en todas las actividades, se olvida del sector agrícola y sus mujeres potentes y autosuficientes que comienzan sus jornadas solas a la intemperie y a las que la dureza del campo no disculpa de la necesaria cordialidad en los tratos con su clientela y las servidumbres fiscales y burocráticas que muchos Ayuntamientos del Parc Agrari ni alivian, ni disculpan. Una lucha en tres frentes que Laila y algunas otras mujeres bien escasas por cierto, sobrellevan en su cotidiana lucha en nuestro Parc Agrari.