Artículo publicado el 28/7/2006 en ABC
X. Pérez Llorca | Viernes 28 de julio de 2006
Semanas atrás la prensa nacional informaba de un escándalo en la política israelí: Esterina Tartman, candidata a ministra de turismo por el partido Israel Beiteinu, perdió toda opción al nombramiento al descubrirse que su «currículum vítae» incluía mentiras sobre las titulaciones obtenidas. El Ministerio de Ecuación israelí emitió un comunicado informando de que la Sra. Tartman era licenciada en Administración de Empresas por la Universidad de Bar Ilan, pero en contra de lo que proclamaba el currículo oficial de la candidata, nunca había obtenido un master en la Universidad de Jerusalén.
¿Recuerdan las comparecencias del ministro Trillo informando sobre el desembarco de legionarios españoles en el islote de Perejil? ¡Cuanta risa a costa de Perejil!; las cadenas de televisión emitieron reportajes, hasta de la vida del cabrero marroquí que, parece ser, era el único ocupante del islote. Las reacciones de la ciudadanía fueron, digamos, muy españolas: nos reímos hasta de nuestra sombra y tratamos el incidente como si fuera resultado de la casualidad y no tuviera más repercusiones que la desproporcionada reacción del gobierno de Aznar.
Lo ocurrido entonces sirvió para poner de manifiesto algo ya tradicional: que por nimio que fuera el incidente, Francia racaneaba el apoyo a España y se mostraba comprensiva con las posiciones marroquíes.
Después vino la famosa foto de Aznar en las Azores, seguida de meses en los que España apareció ante el mundo como un aliado incondicional de los Estados Unidos. La nueva posición internacional de España sorprendió a propios y extraños; entre los últimos, el presidente francés Chirac fue de los más constantes en sus críticas, reclamando mayor unidad de las políticas exteriores de los países miembros de la Unión Europea. Curioso: probablemente, como Perejil no tuvo importancia, no debía de acordarse.
El mandato de Aznar terminó con una posición internacional de España tan discutida como definida. España: interlocutor preferente de los norteamericanos y miembro de la Unión Europea con posiciones internas diferenciadas respecto a la entente franco alemana.
Después vino la derrota electoral del Partido Popular y la llegada al gobierno de ZP. Y con él, nuevo talante, también en política internacional: en su primera entrevista con Colin Powell, Zapatero lo hizo esperar cincuenta minutos para terminar diciéndole que tenía decidido retirar las tropas españolas de Iraq.
En política interior europea, tenemos presentes los avatares vividos con el proyecto de Constitución Europea: vivamente defendida por Zapatero, aprobada por el pueblo español y rechazada por el 54,87% de los franceses. Y a partir de aquí, parón y a otra cosa.
En cuanto a nuestra política Iberoamericana, me vienen a la memoria noticias relacionadas con Chávez y la venta de armas; episodio que requirió la presencia en Venezuela del entonces ministro Bono, por motivaciones poco gallardas para cualquier gobierno. O las más recientes de Morales y el maltrato que le ha prodigado a Repsol,mientras nuestro Ejecutivo se mostraba comprensivo con el gobierno boliviano.
Llegados a este punto, creo que cabe una pregunta: ¿qué política exterior tiene España? Probablemente, la respuesta socorrida sea, «la alianza de civilizaciones»; un titular para consumo interno, publicitado por Zapatero y el primer ministro turco, Tayyip Erdogan; un titular que sugiere bondad,que nos evoca algún capítulo de Star-Treck, pero del que sospecho tanta utilidad en política internacional como lo fueron las posiciones pacifistas ante la primera y segunda guerras mundiales.
En estos días, la posición española ha conseguido irritar al gobierno de Israel, con afirmaciones impropias de cualquier diplomacia europea.
Perdonen, ¿alguien sabe cuales son hoy las directrices de la política exterior española?