Artículo publicado el 30/7/2007 en ABC
X. Pérez Llorca | Lunes 30 de julio de 2007
El pasado día veintisiete de junio, en el Palau Robert de Barcelona, la Asociación Catalana de Prensa Gratuita presentó el libro que conmemora el décimo aniversario de su constitución. Presentación que antecedió a la asamblea anual, en la que el hasta entonces presidente Mateu Ros, traspasó sus funciones al editor Josep Ritort. La jornada se inició con una conferencia a cargo del Muy Honorable Jordi Pujol.
El conferenciante es de los virtuosos que se esfuerzan en decir algo cada vez que hablan. Es una actitud intelectual infrecuente: preocuparse, no tanto por quedar bien ante el auditorio circunstancial, si no por aportar alguna idea sugerente a quienes le escuchan.
Cumplir la función que a cada cual le corresponde en suerte no siempre es fácil y la mayor de las veces, resulta ingrato. Hoy por hoy, pedir a cada cual que cumpla su función, es pedir mucho; vivimos en una sociedad acomodaticia, en la que prima el rendimiento personal sobre el compromiso por asumir. En la que, habitualmente los tertulianos disertan no para motivar reflexiones, si no para cumplir, colocándose al pairo del viento de moda.
Hoy se valora poco la función crítica que desde antiguo se espera que desarrolle la oposición política. El principio socrático que buscaba alcanzar la verdad mediante el ejercicio sistemático de la crítica, se ha visto sustituido por una suerte de «positivismo democrático», que desprecia todo lo que no sea positivo, es decir, gubernamental. El problema radica en que, de aceptarse el principio, estamos abocados a una dictadura, ya que solo este sistema reserva todo el espacio público para lo positivo (el gobierno) y prescinde de lo negativo (la crítica).
Días atrás se ha dado a conocer alguna encuesta electoral que augura un leve avance del PSOE y un estancamiento del PP. Al momento se han multiplicado las opiniones que atribuyen la falta de avance de la derecha española a su actitud crítica. Bien, ¿qué sería más razonable esperar de la oposición?, ¿su conformidad con las políticas de gobierno?, quizás su esfuerzo por aparecer sonrientes junto al gobernante, en un intento de parasitar el poder alcanzado por el anfitrión. ¿Sería más coherente que el opositor se aviniese a firmar pactos diseñados por el gobernante a la espera de, mostrándose más «positivo», alcanzar el poder para después aplicar lo contrario de lo que se firmó? ¿Estas son las maneras que queremos primar en nuestra política?