Mossèn Pere Rovira | Jueves 05 de septiembre de 2019
Durante este verano hemos contemplado con estupor los números incendios que han iniciado los telediarios; la devastación de grandes superficies, especialmente en la selva amazónica, fruto de la mano humana y la ambición de unos impresentables que siguen dañando el equilibrio del ecosistema mundial.
Sus consecuencias son imprevisibles y difícil de cuantificar a corto plazo.
Incluso, en la pasada reunión de algunos de los países más ricos del mundo (G7), se hizo presente la preocupación por la extensión de los numerosos incendios en Brasil. La respuesta de estos países ha sido ridícula, tanto que estimo que no son conscientes de la catástrofe que representa los miles de incendios que se provocaron por los intereses económicos de unas minorías. Aprobaron un ayuda de 20 millones de euros para paliar las consecuencias de estos incendios. Estos “jefes de estado” viven en su burbuja, aislados de las catástrofes que acontecen, sean los incendios como el tráfico humano de la inmigración. Viven a distancia los problemas globales, desprecian el “Bien Común” y se autosatisfacen por el poder particular que han recibido.
Contrasta estos 20 millones con otra de las telenovelas del verano: la venta de un jugador de fútbol por 170 millones. El negocio de preservar y reconstruir la naturaleza parece ruinoso, mientras que el espectáculo del teatro futbolístico merece toda la atención mediática y económica.
En este mundo, las prioridades que afectan a la población global son tratadas con irritante lentitud, mientras que aquellas que buscan la rentabilidad y el beneficio inmediato de unos pocos son amplificados y resueltos con celeridad. La hipocresía de esta sociedad, la nuestra, se acrecienta de forma acelerada. Grandes discursos, grandes “parrafadas” dialécticas, grandes toques emotivos puntuales, grandes manifestaciones públicas… y la naturaleza se sigue destruyendo. Hemos recibido un gran tesoro para administrarlo y no sabemos o no queremos protegerlo. Es mucho más fácil el bienestar particular o territorial que una férrea y persistente búsqueda de soluciones a las tragedias que hieren las conciencias (emigración, tráfico humano, devastación natural, la miseria de grandes territorios, las guerras sangrantes, etc.) Basta ya de palabras, ¿Estamos dispuestos a transformar las palabras y los deseos en actitudes o acciones; del sentimentalismo infantil al cambio del corazón de nuestra sociedad? El futuro se construye en las decisiones del presente. La hipocresía debe dejar paso a una mirada digna de todo ser humano y del hábitat donde existimos, nos movemos y vivimos.
“Dijo Dios: «Produzca la tierra vegetación: hierbas que den semillas y árboles frutales que den fruto, de su especie, con su semilla dentro, sobre la tierra.» Y así fue. La tierra produjo vegetación: hierbas que dan semilla, por sus especies, y árboles que dan fruto con la semilla dentro, por sus especies; y vio Dios que estaban bien”.