Siguieron habiendo nuevas sesiones y el 12 de junio, Marchena puso el punto y final. Visto para sentencia.
Ya avisaron entonces que en cuatro meses habría fallo. Los cuatro meses prometidos —después del verano, afirmaban— están a punto de cumplirse y ayer mismo el fiscal Zaragoza —uno de los que participó en la acusación pública— confirmó que la sentencia se dará a conocer un poco antes de la fiesta del 12 de octubre.
Hay quien le encuentra a la fecha una voluntad de refriega, por eso de que se conmemora oficialmente, mediante una decisión un tanto inoportuna de 1987, la fiesta nacional de España. Lo cierto es que el límite autoimpuesto no está en el 12 sino en el 16 de octubre cuando se cumplen dos años del ingreso en prisión de los Jordis y habría que prorrogar la prisión preventiva hasta en dos años más o dejarlos en libertad justo a pocas semanas de una sentencia que, según todos los indicios, va a resultar condenatoria.
En busca de la unanimidad
¿Habrá que pensar en largos años de cárcel? ¿En un indulto o una amnistía posterior? Nadie lo sabe. Lo cierto es que a quienes seguimos el juicio y a quienes especularon largamente sobre el resultado de las sesiones orales, les cuesta en general concebir que se les pueda condenar por rebelión. En cambio hay muchas más opiniones generalizadas sobre la sedición, sobre la desobediencia y sobre la malversación de caudales, penas que proporcionan condenas menos severas. Lo único que ha trascendido en estos cuatro meses es que los siete jueces del Supremo buscan la unanimidad para que no haya la sensación de que se imponen otros criterios que los estrictamente jurídicos, aquellos que fijan penas para delitos perfectamente tipificados. Como que no es cierto que en esta clase de juicios políticos lo único que impera es el sentido de la justicia y la aplicación estricta de la ley, el debate existe puesto que entre la rebelión y la desobediencia que impone sanciones muy duras y relativamente leves, hay unos delitos intermedios sobre los cuales parece que se están centrando las unanimidades previstas: la sedición, o quizás la conspiración para la rebelión, con penas que podrían llegar a los 15 años como máximo.
Con esas penas, con las presiones preventivas ya ejecutadas y con los beneficios penitenciarios que la propia ley contempla, la sentencia puede mantener a los acusados en prisión —y quizás sólo a algunos— pero por relativo poco tiempo. El imprescindible para evidenciar la gravedad de lo que ocurrió pero el suficiente para evitar el ensañamiento. Que así sea.
Así que pasó el tiempo y no escribí palabra en este dietario desde que se vio para sentencia y hasta hoy. ¿Qué pasó entonces y qué ha pasado ahora? La verdad, muy poco. Todo sigue igual. El independentismo oficial, que es todo el independentismo, se prepara para todo lo que no sea una absolución y considerará una sentencia dura aquella que no ponga a los acusados de patitas en la calle al día siguiente. Va a empezar aquello que han llamado un tsunami democrático, otro empujón a la unilateralidad, propuestas diversas de aturada de país o huelgas generales, peticiones de desobediencia civil, sugerencias de desobediencia fiscal, en fin, todo aquello que nos lleve a la presión. El objetivo: también el mismo de siempre con diversos matices. La independencia pactada y la negociación con el Estado para que permita un referéndum de autodeterminación. O sea, la independencia de Catalunya como un nuevo Estado europeo, con todos los matices que se quiera y con todos los pasos perceptibles. Es decir, una cosa imposible mientras no haya un clima de revuelta y no solo aquí: hace falta que también Europa se desestabilice. Que puedan desaparecer unos cuantos países, no solo España. Y que nazcan unos nuevos Estados que compongan una nueva Europa, multiplicando las partes en lugar de diluirlas.
Pero hasta ahí, hay mucho por andar. No seré yo quien diga que esa realidad es imposible. Pero que no está a la vuelta de la esquina, es evidente.
El declive final
La otra cuestión pendiente es lo que ocurrirá con los presos tras la sentencia. El ruido que se haga en Catalunya puede molestar, pero no abrirá las celdas. Las celdas las podría abrir un indulto o una petición masiva de amnistía. Pero para que hubiera lo uno o lo otro, lo primero que tendría que ocurrir es que a ningún preso y a ningún prófugo se le ocurriera alardear de “volverlo a hacer”. Incluso pidiendo disculpas por haber sido muy ilusos en su momento, no creo yo que los poderes estatales estuvieran por la labor. Así que, los únicos que hacen ver que tienen miedo del indulto son los chicos de Ciudadanos que han de llamar al lobo para que alguien les haga caso. Nadie más. Sobre todo ahora que Podemos ni se acercará al gobierno (y ya veremos si se acercará al Congreso). Si, hoy mismo se han dado por evidentes las elecciones del 10 de noviembre y yo, como tantos otros de todos los colores, voy a ver los toros desde la barrera porque por primera vez en muchos años me importa un pimiento quien se lleve el gato al agua. Auguro un fortalecimiento del bipartidismo y un declive, penoso y lacerante, de los que venían a renovar, que se han pasado de soberbia y se han emborrachado de los minúsculos y decrecientes éxitos electorales, cuando lo más aconsejable era humildad y mucho tacto.
La izquierda en declive, el independentismo en declive (ya se vio un poco del desaliento en la Diada de este año), Cataluña tocando suelo por el desgobierno y la sensación de deriva total. La sentencia, por dura que sea, apenas moverá a los que no han parado de agitarse desde el 2012. Habrá que esperar, una vez más, a Octubre.