A menudo aparecen noticias sobre violaciones y abusos, individuales o en grupo. Si ante esta lacra añadimos los casos de pederastia, el panorama es bastante desalentador.
No creo que la vía penal sea la única solución, no creo que un endurecimiento de las leyes revierta esta cruel realidad. El problema debe ser tratado con más largo recorrido; una sería reflexión en los diagnósticos para así encontrar la terapia adecuada.
Debemos dirigirnos a aquellas distorsiones que generan o han generado esta tragedia para muchas mujeres. Las movilizaciones en las calles son necesarias, las pancartas y denuncias públicas es lo mínimo que se merecen las víctimas. Y… encuentro a faltar por parte de los medios de comunicación o de las autoridades, un dato que, a mi juicio, es de suma importancia: un consumo de la sexualidad fuera de todo filtro moral, cosificando a la mujer como objeto.
La pornografía se extiende, es fácilmente accesible, está fuera de control en las redes, etc. Según los expertos, muchos niños de 10-11 años ya son espectadores y consumidores de las páginas web pornográficas. Si a ello añadimos, el nulo interés de algunos padres por filtrar o informarse de los contenidos que sus hijos reciben en los móviles, la gravedad se acentúa.
Es curioso, por no decidir indignante, que nadie denuncie públicamente la ingente cantidad de páginas pornográficas que se introducen en la vida de los niños, los adolescente o de los adultos. Un negocio que arruina y embrutece la vida de muchas personas. El poder económico de estas empresas parece que apaga o silencia toda crítica.
La sexualidad no puede desprenderse de la cultura del respeto, de un lenguaje corporal que sustente unos valores que le den consistencia y contenido, no puede ser sólo expresión de un placer desencarnado y sin amor. Nos diferenciamos de los animales por el hecho de que tenemos capacidad de reflexión sobre nuestros actos, no sólo instintos; la sexualidad debería expresar lo mejor del ser humano en la relación hombre-mujer. La sexualidad desde el amor y el respeto nos dignifica.
Los niños deben ser educados en una sexualidad integrada donde el otro, en este caso la mujer, no es una cosa u objeto de placer sino una oportunidad para amarla y respetarla en su diferencia o alteridad.