Editorial | Viernes 07 de febrero de 2020
Por lo visto nos ha salido un año 2020 irreverente y obstinado, con ganas de correr demasiado.
Estamos en febrero y parece que ha pasado una eternidad desde que nos prometiésemos a nosotros mismos en Noche Vieja cosas que sabíamos imposibles. Tenemos un Govern roto y sin fecha para nuevas elecciones, un Gobierno con un ojo en el Parlament y otro pendiente de buscar alianzas para sus presupuestos, a una Gran Bretaña zarpando de vuelta hacia una isla de la que parece que nunca quiso salir y, para más inri, a un virus asiático recordándonos las consecuencias de vivir en un mundo globalizado.
El mundo parece acabarse, frente al ‘dolce farniente’ de esta comarca ‘chill out’ del Baix Llobregat, más bien conocida como ‘De las mayorías’. Mas nuestro Hobbiton particular, lejos de ser una zona de confort ajena a las tensiones políticas catalanas, españolas e internacionales, es un territorio que permanece en un estado de alerta felina por todos los desafíos que amenazan la estabilidad global. Nuestros Frodos y Gandalfs particulares, infatigables regidores y alcaldes vigilantes de las desigualdades desde las atalayas de nuestros ayuntamientos, divisan los peligros que se ciernen desde los Mordors de turno sobre nosotros, pobres hobbits, y, con su gestión y trabajo inasequibles al desánimo, nos protegen como leonas a sus cachorros.
Y nosotros, aldeanos ingratos, dudamos aún y así de la cuantía de su retribución, que se ganan euro a euro y moción a moción en los numerosos Plenos y comisiones a los que han de dedicar largas horas de su valioso tiempo de paladines de la justicia social. En ocasiones incluso hasta rivalizan para poder asistir a cuantas más comisiones y sesiones de trabajo en pro de los aldeanos. Ejemplo de ello es la moción de censura interruptus al ritmo del Fucking money man de Rosalía a la que acabamos de asistir en Sant Esteve.
Se les ha girado trabajo últimamente, con los efectos del último vendaval que, lejos de hacer honor a su nombre, ha traído la desgracia a nuestras playas, que ha hecho casi desaparecer; a nuestros campos, que ha anegado hasta destruir una parte importante de la cosecha, mientras que muchos vecinos han sufrido los rigores de atreverse a vivir en el campo, rodeados de verde y fuera de nuestras acogedoras urbes, donde tan bien estamos los unos comprimidos contra los otros. Y encima algunos de ellos se atreven a quejarse por volver a sus años mozos de boy scout y quedarse sin luz en su casa durante días o porque el árbol de Un monstruo viene a verme se abalance literalmente sobre sus puertas tras el paso de una borrasquita, oiga. ¡Siéntanse afortunados!
Que es tiempo de Carnaval, de jolgorio y alegría y de crítica sana. Como lo son estas líneas chirigoteras que han intentado dibujarle a usted, querido lector, una sonrisa en medio de la tempestad. III