Fernando Martín | Viernes 07 de febrero de 2020
En España seis de cada diez estudiantes reconocen haber sido insultados y, al menos, dos de cada diez lo sufre frecuentemente.
Alrededor del 10% de los estudiantes admite haber sufrido acoso escolar y un 7% ciberacoso. Por ello, la educación y la prevención constituyen las herramientas fundamentales para atajar una lacra que las víctimas ocultan durante un tiempo excesivamente prolongado. El hecho de que los protagonistas sean menores no resta importancia a esta forma de violencia recurrente e intencionada, que deja a la víctima indefensa ante un atacante que actúa desde una posición superior. Se trata de modificar la visión que subestimaba estos comportamientos, aludiendo a que son cosas de niños, para considerarlos como actos de violencia.
Efectivamente, esta violencia comprende acciones intencionadas y prolongadas, como insultos, difamación, amenazas y agresividad física ejercida por uno o varios alumnos contra otro que se encuentra en inferioridad de condiciones.
Asimismo, el uso de las nuevas tecnologías ha supuesto el crecimiento de los casos de ciberbullying. Algunas el envío de insultos, la suplantación de identidad, la difusión de rumores, el pirateo de una cuenta personal y la manipulación de fotos y vídeos comprometidos, que además permiten en numerosas ocasiones el anonimato del acosador.
El bullying provoca en las víctimas grandes secuelas, no solo físicas sino psicológicas, pudiendo derivar en depresión, ansiedad, y en casos más extremos, produciendo autolesiones o ideas suicidas.
Por todo lo expuesto, resulta prioritario detectar el acoso escolar o el ciberacoso en las fases iniciales, a través de la implicación de los centros escolares, hablando con el agresor y sus padres, además de hacerlo con los padres de la víctima, y aplicar las medidas punitivas oportunas para evitar su reiteración.
Se trata con ello de reforzar la autoestima del menor agredido, para que entienda que la violencia nunca está justificada. Otro soporte fundamental de ayuda es el apoyo de los compañeros, que paradójicamente a menudo permanecen como espectadores pasivos ante estos hechos tan deleznables.
Además, los Gobiernos deben ofrecer una respuesta integral y contundente frente al acoso, y no actuar cuando se produce una tragedia, destinando mayores recursos presupuestarios para abordarlo.
En resumen, la educación en el entorno familiar y en la aulas en valores esenciales como el compañerismo, el respeto y la solidaridad resultan esenciales para erradicar el problema.
Lamentablemente, se extiende la visión de una sociedad cada vez más insensible ante el sufrimiento ajeno. Por tanto, la educación en valores se antoja urgente y necesaria. El bullying representa un problema social y el remedio sólo puede proceder del ámbito de la educación, desde todos los actores sociales implicados en la misma. III