El “estrés” del día a día nos impide, un mínimo de silencio-escucha o de reflexión-revisión sobre nuestro ritmo vital.
Estos días de confinamiento se entremezclan dos sensaciones contradictorias: el enfado y la esperanza.
Personalmente, me he sentido engañado por las informaciones iniciales muy alejadas de la realidad, de esta mortal pandemia. El gobierno y sus responsables científicos, los medios de comunicación, tertulianos… nos informaban de una película edulcorada, sin subrayar la tragedia en que nos hemos sumergido. La realidad ha superado toda previsión, decenas de miles de contagiados, colapso de muchas UCI, personal sanitario (médicos, enfermeros, limpiadores, etc.) contagiado de forma escandalosa por desprotección (en el momento de escribir este artículo, unos 30.000, un 15% de todo el personal), el doloroso número de fallecidos. Hemos reducido la pandemia a estadística, números y cifras frías e impersonales, detrás de cada enfermo o difunto hay familias, hay dolor, angustia y cierta desesperación por cómo se han marchado, sin despedirse de sus seres queridos y sin recibir una oración, los que son creyentes. En fin, un caos por la nula previsión o peor, por irresponsabilidad.
El ser humano tiene una capacidad de regenerarse y levantarse de situaciones límite (guerras o crisis de toda índole). Los curados de esta pandemia van en aumento. Los servicios sanitarios han desarrollado su profesión con grandes dosis de heroísmo, las fuerzas de seguridad (policía y militares) han colaborado con la profesionalidad propia de estos cuerpos (no siempre valorados); los empleados de los supermercados, los farmacéuticos, transportistas, técnicos de la distribución de la energía, etc.; los de siempre (el pueblo) responden en momentos de extrema crisis. Intencionadamente, he prescindido de nuestros responsables políticos (el tiempo les juzgará, por no mencionar sus conciencias).
Estoy convencido que este momento nos hará más fuertes y más solidarios. Es una seria invitación a ser más humildes y agradecidos; a valorar lo que recibimos sin excesivo protagonismo o egocentrismo.
“Si solamente para esta vida tenemos puesta nuestra esperanza en Cristo, ¡somos los más dignos de compasión de todos los hombres!” (I Corintios 15, 19) III