Mossèn Pere Rovira | Viernes 04 de septiembre de 2020
Esta pandemia que nos acompaña durante tantos meses nos está invitando a serias reflexiones y a revisar nuestra forma de vida hasta ahora.
Creíamos que éramos invulnerables y capaces de dominar la naturaleza, habiendo llegado, incluso, a pronosticar que la muerte sería superada en pocos años. Habíamos desarrollado un estado de prepotencia y autosuficiencia del que no éramos conscientes. El “superego” se despertaba, de forma ya repetida en la historia, como si no aprendiéramos de la historia. Solemos tropezar con la misma piedra, generación tras generación.
Este virus microscópico está tozudamente recordándonos quiénes somos y la fragilidad de nuestra existencia. Es evidente que se están haciendo esfuerzos por controlar este virus, pruebas PCR, consejos de buena voluntad y normas para restringir su expansión. La realidad nos dice que parte de la sociedad arrastra un criterio egoísta que no ayuda a su control.
Esta pandemia hace visible la sociedad que hemos construido, donde convive la solidaridad y el servicio generoso con la indiferencia y la irresponsabilidad. Nos hemos acostumbrado al sufrimiento ajeno con demasiada normalidad; las noticias de muertos en otros continentes pasan ante nuestra mirada con excesiva frialdad. Cuando este sufrimiento acontece cerca, surge la sorpresa y, porque no decirlo, el escándalo. La soberbia de este mundo contrasta con escenas e informaciones de sufrimientos evitables. Me temo que cuando surja la vacuna se repetirá la misma dinámica, unos (la sociedad rica y occidental) se beneficiaran de inmediato y otros (los países más pobres) tendrán enormes dificultades para su abastecimiento. Y esto lo asumiremos con normalidad pasiva.
No soy un ingenuo, ni estoy alienado ante la sociedad que vivo, pero deberíamos, entre todos, revisar nuestra forma de vivir y que le estamos ofreciendo a los más jóvenes. Estoy observando con cierta compasión a muchas personas que están paralizadas por los miedos y, en algunos casos, con consecuencias psiquiátricas.
¿Habremos aprendido algo? ¿Nuestra exposición a cualquier contrariedad física, sanitaria o personal, nos hace más humildes? ¿El dolor ajeno se puede medir por la distancia? ¿Somos mejores y más solidarios en la medida que avanzamos en bienestar? ¿Quién soy yo ante las realidades que me humillan y me acompañan?
"Pues estoy seguro de que ni la muerte ni la vida… ni lo presente ni lo futuro… ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro." (Romanos, 8, 36-39). III