¿Qué tenían en común la Revolución Francesa y las dos Guerras Mundiales? Que todas ellas tuvieron su origen en graves desequilibrios globales (la crisis del Antiguo Régimen en el primer caso y el descontrolado y desigual crecimiento económico que se inició con la Revolución Industrial en el segundo), y que todos esos episodios de conflicto dieron paso a nuevos contratos sociales.
Como afirma la escritora Zadie Smith en una entrevista reciente, sería obsceno comparar las guerras con la pandemia actual porque significaría aceptar que, mientras algunos ganan, otros pierden. Europa no debe permitir que la nueva normalidad deje a nadie atrás. Pero para evitarlo debemos comenzar por entender el virus como síntoma de un nuevo desequilibrio, en este caso a escala global, y a continuación dirigir nuestros esfuerzos hacia un nuevo contrato social.
Nos creíamos invulnerables. No vimos que la destrucción de los hábitats naturales, la sobreexplotación de la ganadería y la agricultura, el consumismo desbocado al tiempo que las desigualdades sociales imperantes en las grandes urbes del mundo generan desequilibrios sistémicos. La CoVid19 solo es una consecuencia.
Pero está en nuestra mano revertir la situación. La pandemia nos ha enseñado la importancia de lo colectivo a la hora de contener la expansión del virus y de salir al rescate de los más vulnerables. El nuevo contrato social solo se entiende desde esta ética cooperativa y desde el nuevo paradigma de la sostenibilidad. Ese futuro sostenible nos habla de una nueva economía que proteja nuestro entorno natural y apele al consumo responsable, dibuja una gobernanza presidida por la participación y la corresponsabilidad ciudadanas y sitúa en su centro las políticas que promueven la justicia social, por mencionar solo algunos aspectos.
Resulta reconfortante en este sentido leer el contenido de los acuerdos alcanzados tanto en el Consejo Europeo como en el Eurogrupo para hacer frente a la segunda ola del virus, un contenido plenamente coherente con las directrices de sostenibilidad y de equidad presentes en las nuevas agendas urbanas que deben guiar nuestra acción política en los próximos años. Europa siempre resurgió de sus crisis y momentos oscuros con fuerzas renovadas. Y esta vez no será una excepción.