Editorial

La violencia se condena siempre

Editorial | Viernes 05 de marzo de 2021
No hay violencia mala y violencia buena. Solo hay violencia. Y por eso debe condenarse. Siempre. Es igual que los que prenden la mecha de los actos vandálicos, de la quema de contenedores, del lanzamiento de piedras y objetos contundentes contra los agentes de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, los que revientan escaparates de comerciantes casi arruinados por la pandemia y saquean tiendas (con fines ¿revolucionarios?) y los que hasta se atreven a quemar un furgón policial con un agente dentro sean “de los nuestros” o sean “de los otros”.

La violencia no se mide así. Solo hay violentos -ni de aquí ni de allá- y nunca deberían justificarse sus acciones ni, lo que es peor, alentarse desde las administraciones públicas, como se ha hecho en más de una ocasión desde el mismísimo Govern de la Generalitat, O vía popes e influencers del independentismo. Por no hablar de TV3. Sin ir más lejos, solo hay que revisionar los ataques a Vox durante la última campaña electoral.

Tampoco vale ponerse de perfil, mirar para otro lado o correr un tupido velo. A los intransigentes, sectarios y violentos, y a los presuntos anti-fascistas -que resultan mucho más fascistas que aquellos fascistas (que en realidad son peones anónimos de ese cajón de sastre al que se condena a quien piensa diferente) a los que dicen perseguir, a esos, ni agua.

Pero todavía es más execrable utilizar la mentira, la tergiversación y la manipulación para no condenar un acto violento. E incluso, para ponerse -aunque sea de puntillas- del lado de los agresores y de paso cuestionar la actuación y hasta la legitimidad de las fuerzas del orden, como en el caso de los recientes altercados que han hecho arder Barcelona, noche sí y noche también, desde la entrada en prisión del rapero Pablo Hasél. Y es que, si algo hay que pudiera reprocharse a los Mossos d’Esquadra –si no fuera porque obedecen órdenes políticas y de sus mandos y están vendidos- es su pasividad, no su contundencia.

Porque la violencia nunca es legítima. No lo era cuando se desencadenó la barbarie de la “batalla de Urquinaona”, tras la sentencia condenatoria por sedición a los políticos del procés, por mucho que se aplaudiera desde las altas esferas del secesionismo –President Torra, a la cabeza- como una revuelta épica y heroica. Casi pacífica, valga la incongruencia. Y esos mismos que ayer no veían la viga en el ojo de sus violentos, ahora se rasgan las vestiduras (pero tras un biombo) con la boca pequeña a cuenta de los tristes y gravísimos sucesos relacionados con Hasél. Da la sensación de que les importe un rábano la tumoral y terrorífica imagen que se está labrando Barcelona y que puede acabar siendo la puntilla de su decadencia.

Y todo ello, alentado por una gran mentira: la presunta defensa de una libertad de expresión que no ha sido vulnerada. Porque el rapero no está entre rejas por sus lamentables composiciones de mal gusto (que jaleaban los coches bomba y los tiros en la nunca), sino por haber agredido a un periodista y haber propinado una paliza al testigo de un juicio. Es decir, por ir contra la ley. Es cierto que condenar a alguien por letras que enaltecen el terrorismo tal vez no debería castigarse con la cárcel sino con una dolosa multa. Pero ese debate es político y es en sede parlamentaria -símbolo de la soberanía popular- donde debe plantearse, Y no quemando containers y robando ropa deportiva de marca y bolsos caros.

Que una parte de la clase política catalana y española se ponga también de parte del rapero condenado y haga de él bandera para dinamitar un Estado que no les gusta, no hace más que echar gasolina con plomo a la pira de los desórdenes públicos y la radicalidad. Porque al hacerlo, van dejando tras de sí un reguero de pólvora que parece confirmar que algunos gozan de patente de corso ideológica y por eso campan por sus fueros con la más absoluta impunidad. III