Editorial

La construcción de un futuro más verde

Editorial | Viernes 07 de mayo de 2021
Negacionismo hay por todas partes, Es innegable, y valga la antítesis. Unos niegan que el covid-19 exista y otros son anatemas de que la Tierra es una esfera achatada por los polos.

Así que no es de extrañar que también haya quien niegue el cambio climático. Una más. Pero negar que la climatología está cambiando, después de las fuertes nevadas –algunas históricas del último invierno- o del temporal Gloria -que se comió las playas del Baix Llobregat en 2020- parece más bien un ejercicio de ceguera que de reflexión.

El clima está cambiando, sin duda. Así que cualquier iniciativa en favor de la sostenibilidad, de la reducción de las emisiones de gases contaminantes, del aprovechamiento equitativo del agua y de la mejora de la calidad de vida que conlleva impulsado desde nuestro territorio merece un entusiasta aplauso. Como la recién declarada emergencia climática metropolitana, que es además de una declaración de intenciones, el principio de un camino hacia un mundo más verde.

Hoy por hoy es difícil no comulgar con el ecologismo, igual que es una sinrazón no compartir los postulados reales del feminismo. Pero no aceptar que la defensa del medio ambiente también se mueve por gradientes y que el extremismo no lleva la razón por el simple hecho de serlo es otra verdad que escuece. Sectores de los eco-movimientos vociferan que no puede haber defensa territorial y medioambiental ni de la sostenibilidad, si se construyen pisos, aunque cumplan todos los requisitos de ahorro energético posible y se edifiquen según los cánones de la economía circular. Piso es sinónimo de hormigón, postulan estas voces críticas, y el hormigón es, por ende, el enemigo público número uno de las zonas verdes.

Pero tampoco es completamente así. Los expertos defienden que sin construir más viviendas no se acabará con la pobreza, no bajarán los precios y que la única manera de esponjar un territorio como la doble corona metropolitana de Barcelona (en la que dentro de nada van a vivir 5,1 millones de personas) es levantar barrios modernos, sostenibles, respetuosos y dotados de equipamientos y servicios (no como ocurrió en el boom de hace un cuarto de siglo). Gavà Ponent, por ejemplo, incorpora el tercer ambulatorio de la ciudad.

Porque para recuperar y rehabilitar hormigueros humanos como L’Hospitalet y las urbes adyacentes, es necesario expandirse y que la población se reparta, liberando espacios allí donde ahora no los hay. Hace más de una década le reprochaban al entonces alcalde de L’Hospitalet, Celestino Corbacho, que no acometiera una reforma integral profunda y radical en el barrio de La Torrassa, ese que bate récords en densidad de población. La respuesta de Corbacho fue clara: no se puede esponjar una zona y demoler edificios si antes no se construyen pisos donde trasladar a los afectados, y L’Hospitalet disponía de muy poco espacio público para este tipo de operaciones en ese momento. Solo hay que ver cómo promociones de vivienda pública como Fresqueries Pedret se habitaron únicamente con expropiados por la remodelación del eje Vallparda-Creu Roja o por la cirugía urbanística del entorno de la mítica ’Casa del Cargol”.

Los postulados del exministro de Trabajo siguen vigentes. Hay que construir para liberar suelo allí donde no se cabe si todos pasean a la vez, como ocurrió durante el confinamiento domiciliario. Pero se debe construir con cabeza, con orden, con respeto al entorno, y siguiendo directrices acordes con los arquetipos sostenibles, como los del Plan Director Metropolitano (PDU), que definirá desde una perspectiva más amplia que la meramente local el futuro urbanismo de la metrópolis de Barcelona. Hay que dejar atrás viejas creencias como la de que un solar abandonado o un bosque privado sin mantenimiento valen más que una zona verde pública, bien cuidada, aunque de menores dimensiones, que convive con una zona residencial en perfecta armonía. Son eso, tiempos nuevos. III