Como con la gripe española, con la tuberculosis y la peste; los internos aislados y someros funerales... Las soluciones: las vacunaciones masivas. Hay la certidumbre de que habrán mutaciones y nuevos virus por la superpoblación, véase el caso indio. Pero la latencia pandémica ya existía con anteriores dispersiones víricas afroasiáticas.
Ya a principios del S. XIX nació el deseo de corregir la insalubridad de las humeantes ciudades industriales británicas: Manchester, Sheffield, Glasgow, entre muchas que que citaban los reformadores sociales.
Fourier, Cabet, Owen, Saint-Simon, trataron de pasar del socialismo utópico, propio de una clase alta paternalista con mala conciencia, al reformismo posible e inmediato; hubo numerosos intentos de constituir comunidades y cooperativas de producción y convivencia conjunta. Algunas con un tufillo sectario y controlador que les provocaban rebeliones y escisiones internas; muchas se fundaron en América desde Texas a Patagonia. Fracasaron, pero su influencia persistió y las posibles soluciones en busca de la necesaria higiene urbana, no difirieron mucho entre ellas.
El socialismo marxista, crítico con los utópicos, derivó a la dictadura y al “socialismo real” con los modelos de rígido colectivismo y vivienda compartida del régimen soviético que aún persiste, corregido, en las mega metrópolis chinas.
La vía reformista continuó y sus resultados concretos, fueron las colonias obreras desde Escocia a la Colonia Güell; donde las necesidades vitales eran atendidas de manera completa y que a lo largo de los ríos catalanes proliferaron; la novela y serie TV “Olor a Colonia” dan una visión sesgada, sobre su vida cotidiana.
La ausencia de las epidemias urbanas y el contacto con el medio rural funcionaban, como el socialismo utópico había deseado. No así en la ciudad, con peste y contagios.
Ildefonso Cerdá Suñer, un ingeniero de Caminos, Canales y Puertos de Osona, tuvo el influjo de Saint-Simon y Cabet y en sus activos 61 años, dando muestras de pensamiento propio y firme voluntad (para no ser cura, ni abogado, ni arquitecto) y se convirtió en un ingeniero de Obras Públicas. Un “caminero”, que impuso el Plan del Ensanche de Barcelona, contra toda la alta burguesía barcelonesa, que deseaba, el recinto amurallado o una ciudad del tipo del Prefecto Haussman de París, con anchos bulevares para que las tropas y cañones pudieran disparar a la plebe amotinada por las frecuentes injusticias.
Con su libro “Teoría General de la Urbanización” y su “Monografía estadística sobre la clase obrera” creo la “Urbanística”, ya nueva área del saber a partir de él. Sus octógonos achaflanados, sus vías anchas, sus patios interiores, sus calles arboladas e igualitarias, su obsesión por la aireación, soleamiento, y la evitación de las densidades poblacionales, el cuidado del alcantarillado y red de agua, la altura de 16 m a cuatro plantas, la dotación de mercado, matadero, iglesias y hospitales, en una malla urbana que sigue maravillando a los expertos, por su anticipación y eficacia.
Cerdá, federalista y masón, fue organizador de una “Milicia cívica” una reserva armada para afrontar al último carlismo, como muchos, trató de articular su catalanismo en un proyecto suprarregional, fracasó. Pero su Plan Urbano fue aprobado en Madrid y desde allí llegó el impulsó para su rápido desarrollo, con gobiernos progresistas. Desde Barcelona, solo oposición y críticas (nótese la escasez de patios urbanos ajardinados, uno de sus hitos). Al morir le fueron negados honores y medallas hasta 1960. Cuántos PDUs, cuántos alcaldes y concejales han traicionado a Cerdá y es muy posible que en Plena discusión urbanística post-covid- lo vuelvan a hacer. Cerdá fue desamado hasta por su mujer Clotilde que, con una hija adulterina, se fue a Madrid.
En su testamento dejó un importante legado para la educación de hijos de obreros. Y Serratosa y Solans, “camineros” ambos, son de los pocos amantes consecuentes de su obra. III