Observo preocupado el escaso debate público que ha existido en la sociedad: información, debate, consenso global, etc. Sobre este tema y otros, cualquier imposición nace con enormes deficiencias. Los silencios orquestados desde el poder, utilizando sus redes mediáticas, son un síntoma grave de una política debilitada y de unos posicionamientos fanatizados y excluyentes.
¿Por qué en el nombre del progreso y la libertad, las leyes pro-aborto o pro-eutanasia se presentan como un derecho del ciudadano? ¿Dónde está el derecho a la vida de aquellos más débiles y desprotegidos, el nasciturus i el enfermo terminal? ¿Por qué la muerte se convierte en la solución legislativa ante el problema que la vida nos genera?
El ser humano está repitiendo una de las grandes mentiras que nos ha acompañado a lo largo de la historia de la humanidad: creerse Dios (egolatría). Este planteamiento deriva hacia una autonomía moral, donde lo único que prevalece es el “bien particular”. Se legisla para acallar y domesticar las conciencias del ciudadano, buscando el resultado electoral inmediato en detrimento de una educación en defensa de la vida.
Estamos creando un sociedad infantil y cobarde para afrontar las responsabilidades de cada ciudadano en la construcción del “Bien Común”; si a esto añadimos el miedo a todo aquello que comporte sufrir o arriesgar, la consecuencia es fomentar la “cultura de la muerte” o, dicho de otra, eliminar todo problema que haga presente mi fragilidad.
Muchos médicos y profesionales que están día tras día en contacto con enfermos terminales, abogan por las curas paliativas, por tratamientos que disminuyan el dolor físico y psicológico del paciente. Una ley que está pendiente de ser tratada en el congreso de los diputados desde hace más de diez años.
La vida del ser humano va más allá del criterio ideológico o interesado, debería ser para todos el derecho más fundamental e innegociable en cualquier legislación. Aquellos que estamos en contra de las leyes abortivas o eutanásicas, propugnamos una defensa de la vida en cualquier circunstancia, sin intereses económicos o de una ética egocentrista.
“Pongo hoy por testigos contra vosotros al cielo y a la tierra: te pongo delante vida o muerte, bendición o maldición. Escoge la vida, para que vivas, tú y tu descendencia,… (Dt 30, 19)”. III