Sant Boi es, desde 1854, sede del primer manicomio de España; los avatares desamortizadores permitieron albergar la primera instalación privada, moderna y laica para los enfermos mentales, entonces y aún ahora -por desgracia para muchos- locos.
Tras la ruina de Pujadas, la renacida orden hospitalaria compró la entidad y allí siguen, tras el lapso violento del 1936-39; la ciudad también pasó del calificativo de “hospitalaria” al lema post-moderno de “Boixos per Sant Boi”, para asumir con desparpajo lo de ciudad de locos. En otros lugares han empleado métodos más radicales y efectivos. Italia, por ejemplo, tan parecida a nosotros y de donde vino el padre Menni y sus cofrades.
Allí, desde 1968, con Franco Basaglia se prohibió por ley los internamientos forzosos y los tratamientos con violencia y contrarios a la voluntad del enfermo. En Italia no se construyen ya más manicomios desde hace años y los existentes se van cerrando, dando pie a la externalización del tratamiento en centros de apoyo, comunidades terapéuticas o pisos tutelados. La farmacopea última, nos consigue tratamientos más individualizados para la depresión y la esquizofrenia -lo más corriente- para este medio millón de enfermos mentales españoles. Los altos muros, las celdas acolchadas, camisas de fuerza y hasta los electrochoques se cuestionaban al menos con la Ley General de Sanidad del 1986. He preferido resumir al máximo para recordar que nuestros sanatorios aún tienen pendientes muchas etapas de transformación en relación al modelo italiano, que se mantiene firme a pesar de las críticas de otras escuelas más conservadoras, entre ellas nuestra psiquiatría. Lo cierto es que, con el covid, están aumentando los trastornos mentales y que con el mapa de centros actuales, y el sistema tradicional aún en boga, será imposible asumirlos con eficacia terapéutica. Todos sabemos por allegados y empleados locales que hay una resistencia “gremial” al gran cambio, que sería el plantearse la desaparición de los centros de la época decimonónica y su transformación en centros abiertos y flexibles con un estilo curativo más pendiente del paciente individual y no del paciente-masa, o el estereotipo del desequilibrado asocial y peligroso a vigilar mas que a curar. Nuestros sanatorios santboyanos tienen una discreta y numerosa fuerza de trabajo, que rara vez protesta, salvo por los ERES, el Covid o la superpoblación de los pabellones. Deberá, el que fue el primer y más avanzado manicomio de España, volver por sus fueros y liderar las etapas pendientes en cuanto a tratamientos y psicoterapias necesarias ante este largo periodo de malestar psíquico que nos alarma y que hay que afrontarlo diferente.
Basaglia, Laing y Cooper, con su mal llamada antipsiquiatría, desconfinaron a los enfermos. De los tres, el modelo más social, el de Basaglia se ha mantenido en la praxis de los tratamientos y enfoques posibles desde del mítico 1968, por algo será. Echen el resto Hermanos que hace falta, como el doctor Pujadas en 1854.