De vez en cuando la vida nos ofrece un baño de realidad, una seria invitación a reconocer nuestra fragilidad. El pasado día 12 de enero Mn. Antonio Fernández García falleció de forma repentina a los 46 años.
Nació en 1975 en Vilafranca del Penedès, curso los estudios de licenciatura en ciencias económicas y en derecho civil en Barcelona, así como el doctorado en derecho canónico en Roma. En los pueblos de Sant Boi y Santa Coloma de Cervelló ejercía de párroco. También prestaba el servicio de Vicario Judicial en el obispado de Sant Feliu y el de Juez diocesano en el obispado de Terrassa.
El pasado 15 de enero se celebró una misa exequial en la parroquia de Sant Baldiri presidida por el Sr. Obispo de Sant Feliu, Don Agustí Cortés y con la numerosa presencia de muchos feligreses, sacerdotes, amigos y vecinos, así como una representación del Ayuntamiento encabezado por la alcaldesa.
Los sacerdotes somos ordenados por el obispo para servir y acompañar al pueblo católico, para hacer presente con nuestra vida y con nuestra palabra el amor de Dios. No somos jefes, ni encargados, ni líderes, … celebramos los sacramentos y participamos al mismo tiempo, con fidelidad y gratitud.
Mn. Antonio, allí donde ha estado, ha sido un fiel ejemplo de lo que significa ser pastor y servidor, tanto en Castelldefels como en Sant Boi o en Santa Coloma de Cervelló; las personas que lo hemos conocido así lo confirmamos. Su celo pastoral, su simpatía personal y su cercanía nunca las olvidaremos.
La muerte no pregunta el día y la hora. Esta muerte tan repentina nos ha despertado, de nuevo, de una gran verdad a veces escondida: la vida es una oportunidad diaria, una ocasión para descubrir lo insignificante y los grandioso que somos al mismo tiempo. En su vida, Mn. Antonio rezaba, predicaba y testimoniaba aquello que había conocido. En su muerte, estoy convencido, que contemplará cara a cara todo aquello que creía, esperaba y vivía.
Jesucristo no nos ha prometido el éxito, el bienestar, una salud de hierro, la fama, un contrato de vida … Su promesa y su invitación, desde el bautismo, ha sido liberarnos del miedo a la muerte y de su consecuencia posterior: el pecado. Rezamos para que él y nosotros podamos verlo realizado. Que nuestra oración sea reforzar esta esperanza cada día.