Todo aquello que hemos heredado de nuestros ancestros debería ser valorado y defendido como patrimonio intangible de nuestra sociedad. Los valores éticos se han gestado a lo largo de muchos siglos, no han sido fruto de la improvisación. La mentalidad actual de muchos de nuestros políticos (oráculos contemporáneos de la verdad) siembran desde el revanchismo y la celeridad, una arquitectura social de "acoso y derribo". Sólo ellos conocen la auténtica dimensión de la libertad, de la justicia y de la equidad. Su catadura moral prescinde del consenso o el diálogo social, se mueven más en el contexto de la "implantación" de su modelo ideológico.
El "hoy" es fruto de un camino largo y tortuoso desde "pasado"; con sus errores y acierto hemos construido el presente. Aniquilar ese pasado es, al mismo tiempo, arruinar y dañar nuestro futuro. Cuando un individuo o una colectividad no cura o no se reconcilia con su pasado (historia), siempre será esclava de falsos resentimientos y enfermizas obsesiones.
Querer borrar la historia desde una reinterpretación partidista comporta graves heridas que no han sido cicatrizadas. La nueva concepción de la persona, de la familia, de la vida, de la democracia, de las relaciones interpersonales no debería prescindir del camino ya realizado; lo contrario nos llevará a un "revisionismo" sin límites y subjetivo.
La Iglesia Católica se encuentra, también, en esta tendencia de renovación desbocada; desnudarla de toda tradición y dirigirla según las modas e ideologías contemporáneas (parte de la iglesia alemana así nos lo confirma) es un claro ejemplo de lo anteriormente expuesto.
La Iglesia tuvo, tiene y tendrá un tesoro innegociable que a muchos les cuesta asumir: LA FIDELIDAD. Entender la historia desde esta perspectiva nos enriquece y nos vacuna de los nuevos "falsos profetas".
La Semana Santa es un claro ejemplo de la fidelidad como valor. Los días que celebramos son la síntesis de todo el camino creyente. Seguimos a alguien que nos expreso con hechos lo que muchos quieren expresar con palabras.
"Ayer como hoy, Jesucristo es el mismo, y lo será siempre. No os dejéis seducir por doctrinas varias y extrañas". (Hb 13,8)