Y es que, pese a su potencial como ciudad mediana del entorno metropolitano -su población ronda los 85.000 habitantes-, no ha sabido o no ha podido demostrar plenamente sus virtudes como sí han hecho otras ciudades del entorno más próximas a Barcelona y de dimensiones e idiosincrasia similares. Es como si el río Llobregat constituyera una barrera no solo física sino real, y más si no se dispone de costa, como les ocurre a sus vecinos de El Prat, Viladecans o Castelldefels que atesoran relevancia en el imaginario colectivo del sur del Baix.
Y no es que la ciudad no haya hecho méritos para codearse con las élites urbanas más allá de porque su iglesia de Sant Baldiri es lugar de peregrinaje obligado cada 11 de septiembre porque en ella está enterrado Rafael de Casanova, el austricista Conseller en Cap de Barcelona durante la Guerra de Sucesión, en 1714. Por ejemplo, ha sido pionera y es un referente europeo en la implantación de medidas medioambientales y de reducción de la huella de carbono y está explotando su vertiente universitaria con el campus docente de Sant Joan de Déu -especializado en formación del ámbito de la salud- y el inminente inicio de las primeras clases del innovador programa Logistics Training in Motion (LTIM), unos inéditos estudios en logística hechos a la medida de las demandas laborales del sector, impulsando de forma coral por el Ayuntamiento de Sant Boi, la Universitat de Barcelona (UB) y la empresa líder Prologis.
Tal vez esta sensación de que Sant Boi no compita en la misma liga que los mejores resida en su endémico (hasta ahora) problema de conexiones con la red viaria metropolitana, bien por sus continuos atascos (como en la saturada y desesperante rotonda de La Parellada -en la comarcal C-245- o en el nimio ramal de entrada a la ciudad desde la A-2 en dirección Barcelona) o bien por la carencia de enlaces directos con las vías rápidas, como es el caso de la autopista C-32 que atraviesa el municipio longitudinalmente pero solo conecta de forma directa con los polígonos industriales de Can Calderon y de Fonollar.
El estreno en 2025 (dentro de un año y medio, aproximadamente) de la autovía que enlazará la A-2 con la C-32, la antes mencionada B-25, resolverá todos estos problemas de un plumazo: se evita el tráfico de paso por La Parellada (que dirá adiós a su temible glorieta) con una vía rápida de hasta cuatro carriles por sentido en algunos tramos y a la vez se ganan accesos (tanto entradas como salidas) desde la C-32 a la carretera del Prat -con una mejora del nudo viario con la C-31C- y a la calle de Alacant. Y de paso se mejora la trama urbana con una nueva reordenación de las caóticas y peligrosas conexiones con la BV-2002 (calles de Bonaventura Calopa y Girona) y se gana una puerta hacia el Centre y Vinyets-Molí Vell (Mossèn Pere Tarrés).
Pero decíamos al comenzar que los avances a todo tren de esta vital infraestructura tienen tintes metafóricos. Y es que el reinicio de las obras de la autovía coincide con un momento dulce para la visibilidad de la ciudad, tal vez el más dulce desde la restauración de los ayuntamientos democráticos. Desde hace unos meses se da un escenario que ha puesto a la ciudad en el epicentro de todos los focos mediáticos y le da aún un mayor empaque: su alcaldesa, Lluïsa Moret, es la flamante nueva presidenta de la Diputación de Barcelona, lo que, por ende, sitúa a Sant Boi no solo en el mapa sino en uno de los lugares más relevante del mismo. Se sube meteóricamente de nivel.
Igual que la B-25 va a reparar una deuda histórica de la red viaria metropolitana con los vecinos de Sant Boi, el ascenso de Moret puede resarcir también a la ciudad del aislamiento político que la ha eclipsado en un pasado reciente. Ya solo falta que llegue el metro del Delta para que el esplendor sea total.